La física establece, a través del principio de conservación de la energía establecido en la primera ley de la termodinámica, que “la energía, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Así, cuando lanzamos una piedra al aire estamos transformando nuestra energía biológica (térmica) en energía cinética (movimiento) que eleva la piedra en el aire; a medida que asciende va perdiendo velocidad, producto de la transformación de la energía cinética en energía potencial (fruto de la altura), que eventualmente volverá a ser cinética cuando la piedra comience a caer y térmica al chocar contra el suelo (calentándolo). Y ahora diréis: pero, “¿qué tiene esto que ver con el poder?”. En mi opinión, el poder se comporta de la misma manera.
El poder es una energía social, que va pasando de unas personas a otras, circulando y moviéndose, ejerciéndose continuamente. De hecho, Foucault afirmaba que “el poder no se posee, sólo se ejerce”. Aunque yo soy más de Bourdieu y la parte estructural, como ya expuse en mi post sobre mi concepción del poder, Foucault si que acierta de lleno al imaginar una sociedad donde todo el mundo está conectado unos con otros, ejerciendo el poder de modo continuo con su entorno.
Por tanto, en mi opinión, el poder es igual que la energía; así, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Si cogemos la genial categorización del poder de Barnett y Duvall, encontramos que existen cuatro tipos de poder: el coercitivo (el más clásico), el institucional (fruto de cambiar el marco institucional donde vivimos), el estructural (fruto de las posiciones diferentes que cada uno tiene en sus campos) y el productivo (capaz de cambiar la opinión de la gente). El poder transita de unos a otros actores de la sociedad, cambiando en el camino de un tipo a otro, ajustándose a lo que los actores hacen con él.
Tomemos, por ejemplo, que el poder comienza en los individuos, en los ciudadanos. Estos lo transfieren a su gobierno al aceptarlo como un gobierno legítimo, de forma estructural. Este poder el gobierno lo transforma en poder institucional al crear una nueva ley. Este cambio institucional transfiere parte de ese poder a la policía y al sistema jurídico, que se transforma en poder coercitivo/punitivo; pero, al mismo tiempo, esta ley también se transforma en poder productivo en el interior del sistema educativo público y los medios de comunicación. Y podríamos seguir trazando la cadena infinita de circulación del poder a lo largo de una sociedad.
Lo que importa en todo esto es que los ciudadanos somos al mismo tiempo el origen de muchos de los flujos de poder, pero también somos los receptores de esos flujos. Tenemos la capacidad de cambiar la percepción del mundo por medio del poder productivo de los movimientos sociales y del poder institucional que tienen las ONGs; de poder coercitivo por medio de nuestro voto y poder estructural en el interior de los campos en los que cada uno participa (su empresa, sus grupos de amigos, etc.).
Pero, al mismo tiempo, somos sujetos del poder que otros ciudadanos usan continuamente sobre nosotros, así como el poder del gobierno, empresas, iglesia y otras instituciones. El poder coercitivo de la policía y el sistema judicial, el poder productivo de los sistemas de los medios de comunicación de la iglesia, el poder estructural que tienen por ser los actores principales en el marco de los distintos campos, el poder institucional de cambiar las leyes y el funcionamiento de las instituciones que nos gobiernan a todos…
El resultado es este continuo transitar de poder/energía de un lado para otro, moviéndose sin cesar entre actores, ejerciéndose en un entorno de conflicto. Y, fruto de este conflicto, surge la sociedad que los actores son capaces de negociar y luchar entre si por crear. Al hacerlo, de modo continuo, todos creamos una sociedad nueva o mantenemos viva la vieja.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas del poder?