Si nos sentamos ante la Historia, se pueden contar muchas narraciones que le den sentido. Se puede hablar de la trayectoria del avance de la tecnología, del paso de la producción manual a la industrial, del desarrollo de la cultura o la perfección de las artes, del paso de unos modelos políticos a otros, etc. Hay muchas historias dentro de la Historia, pero creo que la más importante es la que nos lleva del paso de muchos pequeños y dispersos a uno grande y común. Y esa historia de la unidad de la especie humana es la historia de la globalización.
Pero empecemos por el principio. Faltan muchos siglos para el invento de la historia, la humanidad existe únicamente en África y, a raíz de los distintos procesos demográficos y de conflicto del momento, comienza a diseminarse por el continente y fuera de este. Pero no existen medios de comunicación y las distancias entre los distintos grupos nómadas son cada vez mayores, de modo que lentamente van comenzando caminos separados, evolucionando cada uno en relación con un entorno diferente y rompiendo el contacto con los demás colectivos. Es el momento de máxima diferenciación humana, con sociedades completamente desconectadas entre si, de grupos pequeños y divididos.
Pero los siglos discurren inevitables y, con ellos, aparecen las primeras posibilidades de crear asentamientos permanentes, con la agricultura y la ganadería. Y, con ellos y el desarrollo de la capacidad para guardar los alimentos, surge la posibilidad de que la población crezca y que se diversifiquen las profesiones, ya que el trabajo de un grupo puede alimentar a todos. Surgen las castas dirigentes, los sacerdotes, los guerreros, etc. y, con ellos, el aparataje necesario para los imperios de la antigüedad.
Con la llegada de los primeros imperios es cuando entra la fuerza opositora a la diáspora: la globalización. Porque eso es precisamente lo que son, cuando los egipcios, griegos, asirios, babilónicos, fenicios, chinos, incas, mayas… todos comenzaron a conquistar sus entornos, lo que hicieron fue imponer lentamente sus culturas, idiomas y costumbres. Por supuesto, era una globalización local, porque los medios de comunicación seguían siendo rudimentarios, pero la aparición de la escritura, el desarrollo del comercio y la diplomacia, la guerra y el contacto cultural iban a cimentar los primeros y débiles vientos de unión. Alejandro Magno y Macedonia, Roma, India y China son, sin duda, los ejemplos antiguos más claros y, con ellos, los vientos de globalización más fuertes.
Tras el final de la antigüedad, el mundo ve el nacimiento de las civilizaciones. Europa se llama a si misma la cristiandad y se dota de normas, convenciones culturales, etc. más o menos comunes. China ya es un reino inmenso, una civilización en si misma, y el desarrollo de la burocracia y el funcionariado va a dotarla de una creciente unidad. India y sus castas sigue un camino similar, igual que el auge del Islam y los distintos califatos cuando este entra en escena. Mayas e Incas en América harán lo mismo, dividiéndose así el mundo en numerosos grandes bloques culturales.
Por supuesto, los medios de esa época eran limitados. Eso implica que las comunicaciones requerían tiempo para viajar y que esto favoreciese la aparición de distintos grupos, culturas, identidades, idiomas e historias en el territorio de cada uno de esos bloques. Estaban lejos de ser capaces de influenciar el mundo en su conjunto, además, de modo que su capacidad globalizadora dentro y fuera de sus fronteras era limitada.
El Renacimiento supondría el cambio en esta situación. Si bien el resto de civilizaciones tendieron a permanecer en su ámbito (el caso del aislamiento chino tras hundir su gran flota es especialmente claro), la cristiandad tenía otra idea y se lanzó a la conquista del mundo. América, África, Asia… todos recibieron la visita de las flotas españolas, portuguesas, francesas, belgas, holandesas o inglesas. Con eso, la distancia entre civilizaciones se redujo, debido a una mejora de las comunicaciones, una reducción de los tiempos necesarios para el viaje (sobre todo por mar) y un aumento de la seguridad en las comunicaciones que incrementó el tráfico comercial.
Con el Renacimiento llega así la base para la globalización en términos más claros y modernos, sobre flujos inmersos de cañones, bienes comerciales, esclavos, intercambios culturales, etc. Unos flujos que sólo crecerían con el paso a la Ilustración, la extensión de la lectura a mayores sectores y la aparición de la ciencia. La aparición del nacionalismo jugaría un papel clave a la hora de reducir las diferencias internas de cada Estado y el desarrollo del aparataje burocrático, eductativo y demás del mismo contribuiría a la extensión del nacionalismo.
Tras la Ilustración, la globalización total comienza con la Revolución Industrial. Aparecen los trenes, los barcos de vapor, los telégrafos… las distancias se siguen reduciendo, los imperios coloniales (sobre todo europeos) controlan el mundo, la distancia cultural e identitaria es cada vez menor. Y con los aeroplanos, la aparición de la prensa escrita, etc. surgen las primeras instituciones internacionales que van por encima de los Estados, aunque sean eminentemente técnicas (como la Unión Telegráfica).
El resultado de esta globalización a gran escala son dos Guerras Mundiales. Y tras ellas, el mundo quedó dividido en una Guerra Fría cuya capacidad globalizadora era mayor. Baste recordar las guerras por la publicidad de ambos sectores (la lucha por controlar y extender sus ideologías a través de televisores y radio), las batallas por todos los lados del mundo desde Vietnam a Cuba o Afganistán, el comienzo de la descolonización a la vez que los Estados entraban en la ONU. Y, de hecho, era tan claro el impacto global de las dos grandes potencias y sus ideologías, que aquellos países que querían permanecer al margen se llamaron a si mismo los Países No Alineados, porque el conflicto era tan global que hacía falta estar de un lado u otro o hacer obvio que se quería permanecer fuera.
El final de la Guerra Fría supuso el pistoletazo de salida para la corriente globalizadora más fuerte de la historia, al desaparecer las barreras ideológicas de los bloques. Y, sobre esta, Internet, el aumento de la cantidad de gente que sabe leer, los teléfonos móviles, la creciente interconexión entre personas, etc. construyen una sociedad donde los intercambios comerciales son globales, igual que los culturales, la aparición de empresas con sedes por todo el mundo y organismos políticos que actúan a escala planetaria, igual que una sociedad civil cada vez más consciente de su papel mundial. El corolario es que surgen riesgos globales, como respuesta a esta globalización creciente.
El resultado es que el mundo está más globalizado que nunca. Hemos pasado de la enorme diversidad y desconocimiento de la prehistoria a cada vez saber más sobre lo que ocurre en otros lugares del mundo, a aprender sus culturas y enseñarles la nuestras, a intercambiar, chocar y trabajar juntos. Si ir de un lado a otro del mundo en el Renacimiento llevaba meses y muchos peligros, ahora podemos hacerlo de modo más o menos seguro en unas pocas horas. El mundo es más pequeño y lo será cada vez más a medida que la cultura, los medios de comunicación y viaje, las identidades y la capacidad intelectual de las personas siga aumentando.
La única forma de limitar esto es con un aumento de las distancias de comunicación, bien a través de un descenso de la tecnología y la cultura, o porque la humanidad se lance a otros planetas y, con ello, aumente de nuevo la distancia y la complejidad de los viajes. Esto todo no implica que vaya a surgir una cultura monolítica y uniforme mundialmente, sino que el choque cultural, político, económico y demás está llevando a una consecución de híbridos culturales e identitarios donde cada ciudadano debe escoger cómo construir y entenderse a si mismo. Y ahora, las opciones a la hora de hacerlo son mayores y más complejas que nunca, porque ese es el resultado de la ola actual de globalización, la más fuerte que ha habido hasta ahora.
Así, sin duda, la historia humana es el paso de los muchos divididos, a los pocos conectados, comunicados y capaces de unirse donde quieren y cuando quieren. Del desconocimiento, a compartir el futuro juntos.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de la evolución de la historia humana?