A menudo, se afirma que el político es aquel que hace política. Es una tautología, sin duda cierta por ello mismo, pero realmente nos dice poco de cada actor político. Lo que importa no es, realmente, si hacen o no hacen política (en gran medida, en una sociedad cada vez más politizada como la nuestra, todos la hacemos de un modo u otro), sino la clase de política que hacen.
Esto que voy a exponer es una sobre-simplificación, sin lugar a dudas, pero creo que es interesante en la medida en que, en un parámetro sencillo, se condensan muchas cosas. A los políticos, se los podría organizar en una escala donde, en un extremo, estarían los que únicamente atacan a sus enemigos y en el otro extremo los que únicamente tienen un proyecto de futuro. Sin duda, ambos tipos son ideales, no existe nadie en la realidad que se encuentre en un extremo, pero si que existen todos los que ocuparían las posiciones intermedias entre ambos.
Así, la mayor parte de los políticos con más presencia en España, especialmente en campaña, pero también en otros países son los que entran dentro del grupo de los “atacantes”. La clase de políticos que, cuando una facción les echa en cara la corrupción en un área (por ejemplo, el Caso Gürtel) ellos responden con el típico “y tú más” (por ejemplo, los EREs de Andalucía). Son los políticos, digamos, de la crispación.
Con esto no quiero decir que no haya que señalar las faltas del enemigo: la crítica es una parte importante siempre de cualquier política, porque es necesaria para ver los problemas y corregirlos. Pero aquellos que se estancan únicamente en la parte crítica y se presentan a las elecciones sin programa o con uno muy básico (y no, no lo digo por las candidatas del PP a la Comunidad y al Ayuntamiento de Madrid, en serio, ¡que no va por ellas!) y lo que hacen es dar meetings y conferencias donde atacan los extremismos y contactos de los rivales (que no, que no va de los soviets, ¿por qué no me creéis?) en realidad no están haciendo ni política ni crítica: sólo intentan hundir al rival y quedar así como la “menos mala de las opciones”.
La crítica tiene que ser fundamentada, argumentada y, sobretodo, encajar dentro de un modelo alternativo con cambios y teorías que den solución a los problemas que esa crítica revela. La respuesta a que un partido está corrupto no es “pues tú más” sino “es cierto, y por eso hay que tomar esta serie de medidas para solucionarlo”. Es la única forma de dejar de comportarnos políticamente como niños de jardín de infancia.
En el otro extremo estaría la alta política, aquella que pasa a la Historia. Son las frases de los grandes visionarios, capaces de defender ideas y valores más allá de la crítica a la alternativa, construyendo cosmovisiones complejas e inspiradoras que movilizan a la sociedad hacia un camino concreto. Martin Luther King no pasó a la Historia por denunciar la corrupción de los blancos, sino porque tuvo un sueño de una sociedad donde la diferencia del color de la piel no fuese una fuente de injusticia. Gandhi no pasó a la Historia por lanzar ataques contra la corrupción del régimen imperialista británico, sino por defender la idea poderosa de que debían ser los indios los que gobernasen la India, y que lo iban a hacer pacíficamente, hasta convencer a los británicos de que no pertenecían a aquellas tierras.
Las grandes ideas, las grandes visiones, las citas célebres no se construyen sobre las peleas del jardín de infancia. Se elaboran con cuidado, con valentía, con mimo, con sacrificio. No se sustentan sobre los dogmatismos de un partido concreto y sus intereses partidarios, sino en la capacidad de conectar con la sociedad civil y construir un modelo político de futuro que sea atractivo para esa sociedad, que la movilice y la impulse hacia la búsqueda de un mundo mejor que, al menos durante un tiempo, parece realizable.
Sin duda, Martin Luther King no consiguió destruir la desigualdad racial en Estados Unidos, y la independencia de la India implicó la división entre esta y Pakistán en una de las zonas más conflictivas de Oriente así como el asesinato del propio Gandhi. Pero, pese a su éxito únicamente relativo, son visiones tan fuertes y poderosas que, aún hoy en día, pueden servirnos de inspiración para avanzar en la lucha y la consecución de un mundo más justo, donde el poder esté repartido de modo más equitativo.
Y, sin embargo, basta ir a los actos políticos de los partidos españoles para encontrarse que los nuestros no suelen tener unas miras tan altas. Con un PP atrincherado ante sus propias faltas y fracasos, un PSOE encerrado en un dogmatismo y aparato de partido que sólo responde a unos intereses cada vez más alejados de los de sus votantes tradicionales y un Podemos que rápidamente acelera hacia convertirse en “uno más de los partidos” con un modelo tradicional, ¿acaso queda sitio para la esperanza?
Lo cierto es que, tras la dimisión de ayer de Guillermo Zapata cuesta verla. La política del ataque, del acoso y derribo se cobró un nuevo triunfo, y los proyectos salieron perdiendo. Pero, pese a ello, pese a la dimisión forzada de alguien sólo por tener un debate de Twitter sobre los límites del humor (¿Acaso alguien dimitió después de decir en el Congreso “que les jodan” refiriéndose al pueblo? ¿Y cuántos imputados quedan en las listas?), lo cierto es que si que hay margen para la esperanza. Los movimientos y grupos políticos de los que Ada Colau, Manuela Carmena, las Mareas gallegas, etc. son ejemplos marcan ese camino. Modelos donde lo que importa no es atacar al enemigo político de un partido u otro, sino ofrecer ideas, alterenativas y caminos para avanzar hacia un futuro mejor. Puede que la política del ataque se haya cobrado el cargo de Zapata, pero perdió las alcaldías de las principales ciudades del país.
Costán Sequeiros Bruna
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