Escrito por Pierre Bourdieu, es ciertamente un libro interesante pero complicado, especialmente al principio (los dos primeros capítulos son un infierno de frases interminables y crípticas, generador de dolores de cabeza garantizado). Lo cierto es que toca muchos temas, basándose en sus largos estudios antropológicos sobre ciertas culturas árabes (que constituyen la segunda parte del libro, que reconozco no me he leído), para ponerlos como ejemplo de mecánicas sociales más comunes y extendidas, casi universales.
Sin embargo, no es de eso de lo que voy a escribir, ya que una de las grandes tesis del libro va por otro lado y es ella la que me parece adecuado recuperar ahora (probablemente, las otras vayan saliendo en próximos posts, si tengo tiempo). Y es, ciertamente, una postura en cierta medida metodológica, pero con un gran peso a todos los efectos.
Bourdieu, en este sentido, critica a toda la sociología que se dedica a buscar lo “objetivo”, las normas y patrones, las reglas del funcionamiento de la sociedad (el Funcionalismo, por ejemplo). Pero también critica a la sociología que se pierde en lo “subjetivo” de las relaciones individuales y grupales, y nunca llega más allá (la Escuela de Chicago, por ejemplo). Su punto de vista es que lo uno y lo otro deben ir unidos, pues sin lo segundo lo primero pierde su especificidad, y sin lo primero lo segundo no sirve para explicar el mundo.
¿Por qué? Por la sencilla razón de que en toda sociedad existen una serie de normas culturales, más o menos comunes entre sociedades, que explican gran parte de la interacción entre las personas y grupos. Por ejemplo, si te hago un regalo, está implícito en cierta medida que, en algún momento del futuro, tú me lo devolverás; eso es casi universal, todas las sociedades lo tienen en cierta medida, ya que el principio de reciprocidad es un fuerte pegamento social. Sin embargo, decir que existe un mecanismo de reciprocidad no es suficiente, ya que en cada sociedad las formas en que se hacen son diferentes, y con distintas implicaciones. En nuestra sociedad, por ejemplo, el invitar a otros a algo es señal de poder económico, pero también de confianza y amistad; en la sociedad feudal japonesa, por ejemplo, era señal de poder político, y a menudo era usada como tal; en las sociedades que estudia Bourdieu, por ejemplo, es fuente de legitimación de la dominación de un grupo por otro. Así pues, aunque los tres son mecanismos de reciprocidad, ¿son lo mismo?
Así que una acción no es sólo la acción, sino toda una red de entramados de relaciones y significados que la acompañan. No sólo actuamos siguiendo unos patrones, sino que esos patrones significan algo por si mismos y en si mismos. Yo puedo mostrar mi amistad a un amigo invitándolo a cenar, de la misma manera en que otros engranarían las relaciones de amo-vasallo, sin que mi amigo interprete en ningún momento que es mi vasallo.
Por tanto, si queremos entender el mundo que nos rodea es imprescindible estudiar sus profundidades, pero también sus superficialidades. Las formas son a menudo tan importantes como el contenido. Ya sabéis, siendo superficiales estáis mandando un mensaje al mismo tiempo, y al revés también.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de este libro?