Escrito por Nicole Gnesotto y Giovanni Grevi para el Institute for Security Studies de la Unión Europea, este texto de 2006 es muy interesante. Su objetivo es extrapolar cómo será el mundo del 2025 a partir de las tendencias demográficas, económicas, políticas y demás que son visibles en su momento. Y la verdad es que alcanza una visión muy clara y directa sobre cómo será ese mundo, aunque al ser una predicción siempre está sujeta a cambios imprevistos (como la crisis económica que estamos pasando) que pueden modificar las previsiones de una manera clara. Aún así, sigue siendo un libro muy recomendable para los interesados en el mundo global que viene.
La conclusión final es que, por todas las dinámicas estudiadas, el mundo que vendrá en el futuro será un mundo más global, más interdependiente, y más inestable. Es probable que aumente el interés en bloques regionales por todo el mundo (similares a la UE), especialmente en América Latina donde ya hay varios proyectos al respecto, y Asia donde ASEAN evoluciona.
Sin embargo, con la emergencia de los nuevos poderes (China e India especialmente, aunque en menor medida Brasil también) el orden total del mundo va a tener que adaptarse a su inclusión. Es un cambio que va a afectar a todas las sociedades del globo y a muy diferentes niveles, y para el cual es necesario irse preparando. Al final, es posible que se incline el mundo en dirección bien a una confrontación más tradicional donde imperen los intereses de cada uno de los Estados o a la articulación cada vez más densa, completa y compleja de una estructura social interestatal en la que muchos de los países del mundo se encuentren incorporados (especialmente África probablemente permanezca fuera de la globalización en gran parte).
De ser así, los autores sugieren que la moneda más importante en las relaciones interestatales pasaría a ser la legitimidad, el derecho a actuar. Lo que a menudo hay sido llamado “poder blando”. Algo en lo cual la UE se encuentra muy bien posicionado, todo sea dicho. Esta legitimidad es la que permitirá a los diferentes Estados modificar las leyes interestatales, cambiar los equilibrios de poder, y actuar con el apoyo de la comunidad interestatal, y no oponerse a ella. Obviamente, seguirá habiendo sitio para las acciones independientes de cada Estado, pues las transferencias de soberanía no serán tan complejas ni avanzadas como las de la UE, pero estas acciones “en solitario” pasarán a tener un grave conjunto de consecuencias potencialmente dañinas (como ya vimos con la intervención americana en Irak).
Costán Sequeiros Bruna
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