En su momento ya charlamos de la situación en Siria, y cómo ha evolucionado esta. Pero aquella la analizamos desde la perspectiva internacional. No soy un experto en Egipto, pero si me gustaría usarlo como ejemplo de lo complicado que es el equilibrio de fuerzas en un entorno rápidamente cambiante. Así que veamos un poco al país del Nilo, en torno a la época de la Primavera Árabe y desde entonces. ¿Qué claves tenemos?
Un equilibrio de poderes es, siempre, un equilibrio entre actores: instituciones, facciones, personas. Cada una con un poder asignado (legítimo o no) que ejerce sobre los demás y el sistema para conseguir los fines que desea en la medida que puede. Todo el mundo tiene cierto poder, pero desde luego no en igual cantidad.
En la situación prerrevolucionaria tenemos la mayor parte del poder concentrado en las manos de Mubarak y el aparato institucional que le rodea, en especial la parte relacionada con el ejército. En la sombra está el gran poder de los Hermanos Musulmanes, los cuales cuentan con un enorme apoyo entre la sociedad aunque su poder sea en gran medida ilegal e ilegítimo (en ese sistema). El resto de actores nacionales en esta época tenían poco poder y el principal actor internacional tras la Guerra Fría era Estados Unidos que apoyaba al régimen a cambio de tener un aliado más en la inestable región y asegurarse de que Egipto no entrase en conflicto con Israel.
Avanzamos el reloj de la historia hasta el 25 de Enero de 2011 y, al hilo de la Primavera Árabe, veremos el comienzo de la revolución egipcia. En las grandes ciudades, sectores inmensos de la población comienzan a movilizarse contra un régimen que perciben como opresivo e injusto, y por tanto ilegítimo. Inicialmente movilizadas por las redes sociales y el boca a boca, pronto se unen los Hermanos Musulmanes y el éxito se sucede de modo relativamente pacífico (muy relativamente) y rápido. Los equilibrios de poder anteriores, de pronto se rompen, y comienzan a gestarse los nuevos.
El actor principal de gran parte de esta transición fueron las mayorías burguesas, más laicas y pro-democráticas, que se encuentran en las grandes ciudades egipcias. Pero estas demostraron estar desorganizadas y carecer de una estructura que permitiese una movilización efectiva. Así que, de camino a las urnas, los vencedores fueron los Hermanos Musulmanes, capaces de movilizarse con éxito gracias a la estructura gestada en la sombra durante décadas.
Así, surgen ganadores de las primeras elecciones los miembros de la Hermandad Musulmana. El problema es que gran parte de su implantación social y de donde salen sus votos es en el campo, en lo rural, y se muestran contrarios a la ideología que ha iniciado la revolución (heredera de la clase media urbana). Los urbanos sienten que les han robado su revolución, mientras los Hermanos Musulmanes impulsan una agenda contraria a muchos de sus valores, imponiendo cada vez más la religión sobre el Estado.
Avanzamos el tiempo de nuevo y llegamos a la segunda revolución, en julio de 2013. Aunque, quizás, mejor deberíamos llamarla golpe de Estado. En Egipto, el ejército siempre ha sido uno de los principales poderes, y gran parte de este poder permaneció durante el breve gobierno de los Hermanos Musulmanes, incapaces de derrotarlos en la lucha por el poder legítimo en el país. Pero el ejército, demasiado vinculado a la era Mubarak, carecía a su vez de la legitimidad necesaria para dar el golpe, así que sólo les quedaba esperar y ver la evolución de la situación.
Pero, ante el gobierno de Morsi y su continuo enfrentamiento con el área más laica de la sociedad egipcia que, en gran medida, había sido artífice de buena parte de la revolución, el ejército vio la ocasión de actuar. Aliándose con el sector de la sociedad civil laica, y aprovechando la deslegitimación creciente del gobierno de los Hermanos Musulmanes, el golpe de estado “para salvar la revolución” se consuma y un nuevo gobierno surge de él para enderezar democráticamente el país y devolver la revolución a su legítimo cauce, de la cual había sido “secuestrada” por los Hermanos.
Y así llegamos a la actualidad, donde el equilibrio de poderes sigue claramente en la balanza. Ante los giros autoritarios del gobierno militar, la retórica de salvar la revolución se pierde rápidamente y crece el descontento a la par que baja la legitimidad del ejército. La sociedad civil sigue desorganizada y crecientemente obstaculizada por leyes anti-movilización. Los Hermanos, por su parte, están descabezados y de vuelta a la clandestinidad tras la purga organizada por el ejército al tomar el poder.
El resultado es, cuanto menos, complicado, y como mínimo inestable. Se está produciendo un creciente vacío de poder en Egipto, uno que va a ser difícil de llenar tras la destrucción causada por la lucha sin cuartel entre las principales facciones del país. La situación, por tanto, puede evolucionar en prácticamente cualquier dirección, y todos los pasos serán dolorosos en la medida en que ninguno de los grupos tiene la fuerza, organización o legitimidad para construir un marco en el que negociar. Y sin negociación, básica para la democracia, puede ser infinitamente complicado el establecimiento de esta.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de la situación en Egipto?