La frase que da título a este post es de Wilfredo Pareto, uno de los grandes teóricos de las élites que ha habido en sociología. Y refleja la imagen habitual del proceso de cambio social que ha imperado durante gran parte de la historia: un grupo con el poder debe defenderse contra los grupos de advenedizos que se lo quieren quitar. Es el caso de la burguesía sustituyendo a la nobleza como el centro del poder a partir del Renacimiento, por ejemplo. Sin embargo, ¿sigue siendo válida en el siglo XXI?
Lo cierto es que responder a esta pregunta requiere dos respuestas distintas, aunque complementarias. Primero, desde luego, las élites siguen teniendo que defender su poder contra los grupos de potenciales élites que se lo quitarían tan pronto les diesen ocasión. Así, unos sectores económicos siguen teniendo que defenderse de otros, los partidos políticos siguen teniendo que mantener sus votantes, etc. La lucha de las élites sigue en buen estado de salud, y noticias de la misma siguen llenando las portadas de periódicos y telediarios.
Sin embargo, el siglo XXI también ha dado más herramientas a grupos alternativos. Ya he expuesto cómo, a lo largo de la historia, el poder ha pasado de unas instituciones a otras, cada vez llegando a más manos. Y Foucault, así como otros autores, ya señaló que en realidad todos tenemos poder y que lo que habitualmente se llama “el poder” sólo es el producto de las innumerables interacciones del interior de la sociedad, donde personas de distintos tipos y grados de poder intentan conseguir sus objetivos.
El resultado de la percepción de esa difusión del poder y el hecho de que la sociedad haya llegado a nuevas herramientas es doble. Primero, el sistema en su conjunto se desligitima, a medida que ya no encaja con el funcionamiento real de la sociedad y las demandas que se le exigen. Y, segundo, el poder se difumina y se esparce por más capas sociales, más grupos de presión, más movimientos sociales. Todos ellos difíciles de clasificar de modo unívoco, a menudo enfrentados entre si en unas materias y colaborando en otras, en una construcción en red.
Por tanto, la segunda respuesta es que, en gran medida, a las sub-élites que luchan por tomar el poder se han unido ahora numerosos grupos que quieren sus trozos del pastel. Al difuminarse así el poder, en gran medida el conflicto social se extiende por más capas de la sociedad y la lucha se convierte más extendida a medida que la sociedad se vuelve más horizontal. No se trata ya de dos familias nobiliarias luchando por unas tierras o un título, sino que ahora todos los grupos de la sociedad participan en la lucha por poder a través de ONGs, movimientos sociales, manifestaciones, movilizaciones online, etc. Esto, por supuesto, retroalimenta la desligitimación del sistema, en la medida en que este no está diseñado para un conflicto tan extendido ni de estas características.
Así, frente a los campos de batalla clásicos que planteaba la teoría de élites original, lo que encontramos es que hoy en día la sociedad no es sólo un cementerio de élites, sino más bien un mar de conflicto social encauzado de un modo más bien ineficaz. No sólo necesitamos mecanismos nuevos que permitan encauzar las nuevas mecánicas, sino que necesitamos herramientas nuevas que puedan empoderar a sectores de la sociedad que han sido tradicionalmente marginados del uso del poder, o incluso víctimas del mismo. Desgraciadamente, aunque la necesidad en este sentido es clara, parece que las herramientas y mecanismos aún requerirán mucha lucha para existir, en la medida en que las viejas élites no quieren abandonar sus posiciones de privilegio.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas del conflicto por el poder?