Los economistas Mundell y Fleming propusieron un modelo hace tiempo que establecía la relación entre tres elementos básicos de la economía. Según ellos, hay un triángulo formado por tres elementos: la política monetaria independiente, la movilidad de capital, y la tasa de cambio fijo. En este triángulo, ningún Estado puede tener los tres elementos a la vez, siempre tiene que escoger entre dos y dejar el tercero fuera.
Posteriormente, el economista Daniel Rodrick cogió la idea base de ese modelo y construyó otro, en el cual se tomaba la misma mecánica básica pero se aplicaba a una economía globalizada y macro. En este modelo, los tres elementos que lo conforman son: la integración internacional de economías, la continuidad del Estado-nación como lo conocemos, y el sistema político democrático controlado por el pueblo. Según su modelo, e igual que en el caso anterior, hay que elegir dos de ellos y dejar el otro de lado. El tiempo, y la crisis actual, parece estar dando la razón al modelo de Rodrick. Si observamos con calma, lo que vemos es que se ha tomado la decisión.
Por un lado, tenemos una integración internacional de economías dentro de la zona Euro, consolidándose lentamente en torno a una moneda única, un banco central, y distintos aparatos para que funcione mejor y que están en diseño. El avance del Euro, aunque lento, parece definitivo, y lentamente vamos avanzando hacia una economía cada vez más unificada dentro de la zona Euro, y con más mecanismos de control comunes.
Por el otro lado, lo que tenemos son unos Estados-nación que se han ido atrincherando y fortaleciendo. Las instituciones europeas cada vez tienen menos poder y capacidad de acción frente al Consejo (formado por los Presidentes de los países) y, sobretodo, el directorio Alemania-Francia. Con ello, la soberanía estatal sigue siendo la que está al timón.
Así que, si el teorema es correcto, lo que está quedando fuera es la democracia. Y, en efecto, eso es lo que vemos en nuestro país: la sociedad civil en las calles transmitiendo legítimamente sus demandas al sistema político, y este hace oídos sordos amparado en su mayoría absoluta. Reformas constitucionales que no son refrendadas por la población sino tramitadas a toda velocidad mediante un pacto entre partidos por presión europea. Un rescate que ni siquiera se debate en el Parlamento. Y la lista continúa.
Parece que el gobierno ha tomado su elección en el triángulo, y está tratando de que los demás no podamos forzarle a cambiarla. Pero, ¿es la correcta? En mi opinión, desde luego que no. Vivimos en un mundo globalizado, pero la democracia sigue siendo el mejor modelo de gobierno que se ha diseñado. No es perfecto, desde luego, y se puede mejorar mucho (y abogo profundamente por ello), pero es mejor que las alternativas. Por tanto, esa cara del triángulo debería ser inamovible.
Lo cual nos dejaría escoger entre una ecomoía integrada y global, o un Estado-nación. Vivimos en un mundo globalizado, y si queremos funcionar adecuadamente en él, debemos estar globalizados a nuestra vez. Lo cual implica que escoger un Estado-nación clásico no es una opción, cerrarnos al exterior y volver al modelo político anterior no funciona si queremos que nuestro país funcione adecuadamente en un mundo global. En mi opinión, la elección debe ser combinar ecomoía global con democracia igualmente globalizada. Osea, toda la Unión al menos.
Esa, por supuesto, es mi elección como confeso europeísta que soy. La otra opción es igualmente válida para aquellos que prefieran aferrarse a lo local, aunque no tengo muy claro que sea posible dar marcha atrás a la economía globalizada y al Euro a estas alturas. Lo que nunca debería ser abandonado es, justamente, aquello que se está perdiendo por el camino: la democracia.
Costán Sequeiros Bruna
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