He de reconocer que este es un post menos sociológico de lo que debería, sino casi más poético o algo así. Pero no doy más vueltas, la idea me surgió leyendo la saga de novelas Marte Rojo, Verde y Azul, de Kim Stanley Robinson. En un momento dado, entre sus elucubraciones de genética y terraformación, plantea la idea de que la sociedad se perpetúa de un modo genético, pero no lo desarrolla más allá de esa idea. Y es una idea que, científicamente, me repulsa, porque la sociología hace mucho que se ha ido separando de los sociobiologicismos propios del siglo XVIII, demostrando que la sociedad no se comporta como un ser vivo. Pero, por un post, vamos a jugar con esa idea.
El código genético de un ser vivo está compuesto por dos cadenas de ADN entrelazadas, cada una de ellas con una serie de cromosomas. Todos estos codifican en su interior todos los elementos que constituyen el cuerpo y las funciones del ser vivo: su color de pelo, cómo se comportan los órganos, qué músculos van dónde y qué elementos son necesarios para construir hueso. Todo ello, codificado en sus pequeños paquetitos de información genética, cada uno pudiendo estar en una posición de cuatro: A, T, C o G.
La sociedad no es física, por tanto como es obvio, carece de un ADN visible. Pero cojamos a una persona. Esta recibe de su madre y de su padre una cadena de genomas que se entrelzarán para formar su ADN. Pero no recibe eso únicamente: cada uno de los progenitores también le dará una educación. La mano dura de uno, los juegos del otro, las palabras de consuelo o crítica, los problemas… todos esos se convierten cada uno en pequeños elementos de la identidad de la persona y construirán sus actos y percepciones del mundo, cada uno heredado de un padre. Y todos esos juntos constituyen cada uno un cromosoma: “cómo relacionarse con la familia”, “cómo tratar a los mayores”, “qué me gusta”,… todos los cuales juntos forman una personalidad.
Así pues, una personalidad está hecha de pequeñas ideas sumadas, obtenidas de sus padres. Pero el genoma no sólo es una información fruto de la combinación de los ADNs paternos, sino que también cuenta la posibilidad de mutación fruto de problemas en la replicación del código, de la exposición a la radiación, etc. En eso, y en la supervivencia del más apto, se basa la evolución.
Obviamente, a nuestro “genoma social” no le afecta la radiación ni los cambios de temperatura en su replicación. Si que se producen fallos en su copia (lecciones mal aprendidas, por ejemplo), pero sobretodo el evento principal de su mutación es consciente de si mismo: es la voluntad del portador. En este caso, decide qué lecciones aprueba, cuales no, cómo se enfrenta a los problemas de la vida y se relaciona con sus semejantes. Y, al hacerlo, va escogiendo qué partes de su genoma desarrolla y cuales quedan latentes. En la medida en que se reproduzca y tenga éxito social, esas nuevas lecciones pasarán a sus hijos.
Por tanto, siguiendo con la analogía poética, encontraríamos así la existencia de un genoma cultural. Si existe ese genoma, ¿puede la sociedad tener el suyo propio, igual de inmaterial? Desde esta perspectiva, sin duda la respuesta es que si. El genoma de una sociedad es hijo de sus dos padres: la historia por un lado y las perspectivas y sueños de futuro por el otro. Ayer y mañana, cruzados en el hoy. Y, en el medio de esas líneas, sometida a las fuerzas mutantes del contacto con el exterior a través de los medios de comunicación, la migración, etc. es como se define a si misma la sociedad y toma existencia.
No estoy del todo de acuerdo con esta visión, como ya expuse mi visión de la sociedad es bastante diferente, pero quizás mi eterno amor por la genética hace que le vea una cierta belleza a este paralelismo.
Costán Sequeiros Bruna
Y a ti, ¿qué te parece este devaneo?