Leyendo esta noticia no puedo menos que sorprenderme y sentirme orgulloso por él. No es una valoración sobre si es una decisión acertada o equivocada, carezco de la información detallada como para hacer ese juicio, sino de la dificultad que entraña el hecho sencillo de decidir dimitir y los costes que ello tiene. Me explico.
La sociedad entera está construida para que digas que “sí”: ¿Consumes? Sí. ¿Cumples las leyes? Sí. ¿Obedeces? Sí. El negativo no es algo bien visto en la mayoría de casos, y en general sólo como aplicaciones concretas de casos que dependen de un “sí” anterior. Esto se debe a una cuestión básica, que es la pregunta principal: ¿Eres uno de nosotros? A la cual todos queremos responder “sí” y los demás nos exigen eso.
Cada vez que llevamos la contraria en algo, nos arriesgamos a generar un cierto rechazo o desagrado en la otra persona. Contrariar es algo arriesgado, cuando darle la razón a menudo va a conseguirnos un poco más de simpatía. Socialmente, a nivel de unión de grupos e individuos, el “sí” siempre compensa más que el “no”.
Hay un experimento clásico en psicología social que habla sobre esto. En una sala se ponía a un actor que tenía que hablar con la persona que se estaba estudiando (y que no sabía que el otro era un actor). Esta persona “objetivo” era alguien normal, un panadero, o una ama de casa, o un secretario. Tenía que conseguir que el actor aprendiese unas palabras y las dijese bien, pero el actor siempre fracasaba (a drede, tal era su papel). Cada vez que el actor se equivocase, el otro tenía que darle una descarga eléctrica. Al principio, las descargas eran pequeñas, pero cada vez, con cuantos más fallos acumulase el otro, se volvían cada vez más fuertes. Y más fuertes. Hasta llegar al nivel letal. Obviamente, las descargas eran fingidas por el actor, no se mataba a nadie, pero el estudiado no lo sabía.
Los resultados de ese estudio era que la mayor parte de la gente seguía dando descargas a la persona incluso en grados de mucho dolor, y mucha gente llegaba incluso a “matar” al actor (esto dependía del contexto, de la empatía y demás, pero eso no es de lo que hablamos ahora). Cuando se les preguntaba por qué lo habían hecho, la respuesta común era simplemente “era lo que me habían mandado”.
En definitiva, no eran capaces de llevar la negativa al sistema que se les había indicado. O, al menos, tardaban mucho de lo que hubiese sido normal en otras circunstancias. Obviamente, parte importante es el hecho de que la autoridad ha mandado algo, así como que alguien que se supone que sabe lo que ha dicho lo ha mandado (al fin y al cabo, era un experimento científico, y la persona normal lo sabía). Pero eso no basta para explicarlo.
La unión de la sociedad se cimienta en el hecho de que aceptamos el sistema, y de que seguimos las órdenes. Nos paramos en los semáforos, aunque no haya policía cerca. Además, para generar unión con los demás, debemos aceptar que hay cosas nuestras que debemos sacrificar para generar convivencia y vínculos con otros. Todo esto lleva a que la rebelión, la de verdad no la de los quinceañeros con crisis de identidad, es algo enormemente difícil, no porque los sistemas políticos tengan una enorme cantidad de medios para perpetuarse (que también), sino porque está inscrito en nosotros mismos. Nos arriesgaríamos a perder todo contacto con los demás, al rechazo absoluto, y eso es un terror que pocos tienen la valentía de afrontar.
Por eso, la acción de General Díaz Vicente Villegas me parece tan significativa. En un entorno donde se refuerza tanto la obediencia como es el ejército (quizás uno de los ámbitos donde más se nota el peso de la sociedad), él fue capaz de decir que “no” cuando creyó que los demás se equivocaban, y que no era un camino correcto. Y no lo dijo por decir, estudió los planos, analizó la situación, y aceptó los costes. Me parece un acto de valentía y sacrificio tremendo, cuando lo normal habría sido seguir adelante con el mal plan, dejar que los soldados muriesen y la situación se hundiese, y simplemente alegar que “se seguían órdenes pero los recursos eran insuficientes”.
Demasiado a menudo, el concepto “deber” es, en mi opinión, malentendido como obediencia ciega. Pero no, “deber” significa “hacer lo que es necesario” por doloroso que sea, para el mejor resultado de todos. Por eso, pocos realmente aceptan esta carga. Y por eso la sociedad sigue anclada en debilidades del pasado.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de esto?