Alguien ve una película que pase por Tokyo o viaja allí y lo que ve es una sociedad moderna, con rascacielos, ordenadores, gente calzando Nike, etc. Vemos su sistema político y vemos una democracia con elecciones regulares y un sistema económico capitalista con grandes empresas. Vemos su vida social y, aunque sea exótica en términos culturales, vemos paz y orden. Sin embargo, gran parte de la culpa de que veamos eso es que nuestros ojos ven lo que quieren ver, reconocen las estructuras y, por tanto, piensan que son como las nuestras, cuando en gran medida no es así. Bien podría decirse que Japón es una sociedad feudal del siglo XXI.
Pero retrocedamos en el tiempo, porque todo en Japón bebe de su historia y su tradición. Es la época del shogunato Tokugawa, de las casitas de madera y papel, de las katanas y de los samurai. De hecho, empecemos por ellos, la sociedad japonesa de aquellas es un sistema feudal perfecto. En la cima está (teóricamente) el Emperador, debajo del cual están los señores feudales de los distintos clanes de samurai (los Daimyo), bajo ellos están los señores menores y todos los demás samurai; debajo de ellos están las medias personas, los heimin y hinin, que son mercaderes, comerciantes y agricultores; y, finalmente, bajo ellos, están los eta, los no persona, encargados de las tareas impuras que nadie puede hacer sin deshonrarse. Como véis, un sistema feudal bastante clásico (aunque sin la separación del estamento eclesiástico, ya que los monjes normalmente estaban en torno a la posición de las medias personas), hasta el punto de que la palabra samurai significa “el que sirve”.
Este sistema entra en un gran choque a raíz del encuentro con los europeos, primero portugueses y luego españoles, y tras ellos todos los demás. Es una época de grandes cambios en la mentalidad japonesa, y por sus propios conflictos, llega la Restauración Meiji, en la cual luchan por devolver al Emperador la posición central. ¿Recordáis que dije que el Emperador lideraba sólo teóricamente? Pues eso se debía a que el Shogun, que en teoría era el líder de los ejércitos, gobernaba en la práctica porque era el que tenía los mejores soldados. Así que la Restauración, en principio, era la lucha por eliminar de la posición al Shogun pero, en gran medida, es la manifestación en una guerra civil, del conflicto entre lo moderno y lo antiguo.
Echémosle un vistazo al periodo retratado en películas como El Último Samurai. De un lado, los modernizadores, seducidos por las opciones tecnológicas europeas, y del otro los tradicionalistas, buscando preservar su modo de vida tradicional. Sin embargo, la pieza importante es que ambos lados estaban compuestos por Daimyos y sus samurai, no eran instituciones civiles. Ganan los modernizadores, el Emperador es dejado como Hijo de la Dama Sol y gobernante de Japón, y la historia avanza. Los modernos, lentamente, van dejando las armas en manos del ejército imperial y centralizador, y transforman los antiguos Clanes de samurai en empresas. Así nacen las zaibatsu, las inmensas empresas japonesas que son conglomerados empresariales montados alrededor de un banco, y que hoy en día todos conocemos: Toyota, Mitsubishi, Honda o Canon. Estas inmensas empresas, o muchas de ellas al menos, son en realidad antiguos clanes reconvertidos en empresas capitalistas, y aplican la misma filosofía que antiguamente aplicaban los samurai: el trabajo es de por vida, a menudo los matrimonios son concertados por política (casi un 50 % de los matrimonios son concertados), el empleado le debe completa lealtad a sus jefes y señores, etc. Lo cual convierte a todos los sarariman, los ejecutivos y directivos, en samurai en realidad. Y aquellos que no entran son dejados para las subclases herederas de los eta y heimin de antaño; de hecho, como curiosidad, a aquellos que suspenden sus exámenes de entrada en la universidad se los conoce como ronin, que eran los samurai que antiguamente no tenían señor, precisamente porque no tienen una empresa-señor que servir.
McArthur estuvo a punto de cambiar todo esto cuando, tras dos bombas nucleares, Estados Unidos derrota a Japón en la Segunda Guerra Mundial. Una de sus exigencias fue que Japón aceptase que el Emperador Hirohito no era hijo de Dama Sol… y la respuesta japonesa fue que antes lucharían hasta la muerte del último. Así que, dejando eso de lado, McArthur impuso una constitución democrática sobre Japón y prohibió las zaibatsu. Bueno, las prohibió durante un año, porque al cabo del mismo estaba claro que las zaibatsu eran tan centrales en el sistema económico japonés que o bien seguían operando en la sombra, o bien el sistema se colapsaba sobre si mismo, así que se vio forzado a aceptarlas de nuevo.
Pero, diréis, entonces hoy en día son una democracia, ¿no? Formalmente, la respuesta innegablemente es que si. Sin embargo, pronto veremos que no es así. Desde el principio de su sistema (1955) hasta 1993 ganó todas las elecciones el Partido Liberal Democrático, que recuperó la cabeza política en 1996 y la mantiene hasta ahora. Osea que, quitando tres años, políticamente Japón la gobierna la misma gente. Pero es que, incluso así, a mitad de legislatura lo normal es que readjudiquen sus cargos ministeriales entre los partidos (al margen de sus votos, todos reciben un ministerio importante y alguno menos importante) y siguen adelante, llegando incluso a aprobar leyes (por imagen pública) que ellos mismos informan a los jueces que no deben ser aplicadas. Lo cual, claramente, es cualquier cosa menos un sistema democrático.
Así que, en lo económico tenemos que las zaibatsu son los grandes clanes de samurai que se modernizaron, reconvertidos en clanes empresariales. Y en lo político tenemos que gobierna una casta concreta que se reparte el poder en su interior, legitimada por un sistema democrático que sólo sirve para mantener las apariencias ante occidente. El resultado, innegablemente, es que Japón no es una democracia capitalista de verdad, sino que sigue siendo un modelo feudal que ha reformulado sus parámetros para modernizarse. Mantiene una apariencia actual y sigue las reglas (al menos en apariencia) que se consideran modernas para insertarse adecuadamente en la sociedad internacional e integrarse con occidente, pero en realidad es sólo un maquillaje de la realidad que esconde detrás de su máscara. Por mucho que Tokyo pueda parecer Nueva York en las fotos, en su interior sigue teniendo alma oriental.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de Japón?