Siempre había pensado que una palabra era, simplemente, eso: una palabra. Un conjunto articulado de sonidos con un significado. Y cuando escuchaba a alguien decir que hay palabras que son realmente difíciles de decir en serio (“te quiero”, “te odio”, ”vuelve”, “lo siento”, “te necesito”…) yo no lo entendía. Yo imaginaba que sería como en las películas, donde los protagonistas las dicen con suavidad y naturalidad por encima de una banda sonora apropiada. Tuve que verme en una situación así para entender el abismo, la dificultad inmensa que existe en decir esas palabras. Y, a partir de ahí, retomé el pensar sobre una antigua obsesión dejada de lado últimamente: las máscaras.
Ya hemos hablado antes de la teoría de la dramaturgia de Goffman, y de cómo los actores (los individuos) llevan una máscara ante el resto. Pero, ¿por qué lo hacen? Una máscara, obviamente, se lleva para ocultar algo, y en las personas lo que ocultan es el núcleo de nuestra personalidad, aquello que consideramos más valioso e importante de nosotros mismos.
Imaginemos que alguien considerase que su elemento más importante es la belleza. Y, de pronto, alguien lo llama “feo” para herirlo. Nos encontraríamos ante un golpe severo a la autoestima y la percepción del mundo de esa persona, y dado que la autoestima es una parte vital de la felicidad, la mente toma medidas para protegerla. Y lo primero que hace es evitar que la demás gente sepa que lo que valoramos es nuestra belleza, de modo que no ataquen ahí. Y surge así la máscara. Por tanto, se crea una máscara para proteger todo lo que valoramos, lo que nos hace débiles, lo que nos hace vulnerables.
Stephen Baxter, en la novela <em>Evolución</em> postula que la mente de los primates que preceden al ser humano (neandertales, cromagnones y antes) estaba fuertemente compartimentalizada en una serie de campos estancos independientes entre si. Y, según él, eso ya no ocurre. Yo estoy en desacuerdo. Nuestra mente está igualmente compartimentalizada, aunque de modo más sutil, no en base a la función material que rige, sino a la psicológica. Así, surge el consciente, el subconsciente, la imaginación y la barrera.
La barrera es, a un tiempo, consciente y subconsciente, y es la generadora de la máscara (entre otros métodos de protección). Hay muchos tipos diferentes de barreras, para unos son accesos por capas como las cebollas de Shrek, para otros son accesos que muestran diferentes cosas a cada persona… Y, por supuesto, en una gente está más desarrollada que en otra.
Ahora bien, y aunque no lo haya parecido hasta ahora, este es un blog de sociología y no de psicología. Así que la pregunta pertinente es, ¿existen este tipo de barreras a nivel de la sociedad como conjunto? He de admitir que siempre he visto las sociedades como individuos completos de una clase diferente a las personas, y como tales tienen sus personalidades, sus conflictos y sus gustos. Y máscaras, ciertamente. En concreto, tienen tres mecanismos diferentes para generar estas.
El primero, y más obvio, es la existencia de tabúes, temas que no se deben o pueden hablar en una sociedad. Sea por ley, o por acuerdo tácito de las gentes, esos temas se evitan, y si se traen a colación se recibe algún tipo de reprimenda, sea legal o simplemente la desaprobación de los demás. Los sistemas sociales más represores son más obvios en estos (censuras, policías políticas…), aunque no por ello los más “libres” carecen de este sistema. Hay un caso que ejemplifica esto muy bien, durante la dictadura, estaba prohibido hablar de política en España. De hecho, los sociólogos que querían investigar esto tenían que hacerlo por medio de una artimaña, porque la gente estaba dispuesta a hablar de política si lo hacía hablando de fútbol como una metáfora (donde el Madrid hacía del gobierno central y el Barcelona de la oposición).
Y esto nos lleva a la segunda, la metáfora. Si bien antes se usaba como método de exponer algo que no se quiere exponer, normalmente en sociedad sirve para lo opuesto: son los llamados eufemismos. Consiste en hablar de algo, ocultando el elemento realmente importante detrás de él y dejándolo protegido así. Ejemplos de esto hay miles, dado que es muy habitual en el lenguaje de los políticos y otras figuras públicas. Sin embargo, todos tenemos más próximo el ejemplo del dinero. Aunque es el fin más importante a obtener en la sociedad, pocos admitirán que todo su interés en algo es por el dinero, ya que está relativamente mal visto. En general, se lo camufla bajo palabras como “éxito”, “fama”, “poder”… y un millón de otros nombres para el “poderoso caballero”.
El tercer método, origen de los otros dos y, de lejos, el más sutil es la educación. Se nos enseñan muchas cosas a lo largo de toda nuestra vida. Implícitas con esas enseñanzas van muchas otras acerca de lo que la sociedad quiere mantener oculto; son cosas que nadie dice directamente, puede incluso que ignoremos su existencia por completo, pero que están ahí. Por eso siempre es tan complicado y hay tanta controversia cuando se quieren cambiar los planes de estudios (aunque sea con cosas tan sencillas como el caso de la asignatura de Educación Para la Ciudadanía), ya que con ello se cambian las cargas enseñadas implícitamente o “por la espalda”.
Así que, en conclusión, nuestra vida transcurre entre mascaradas, bailes donde todos nos ocultamos unos de otros y la sociedad misma se oculta de nosotros y de las demás sociedades. ¿Es eso malo o hipócrita? En absoluto, es un imperativo de preservación de la vida, de la felicidad y, hasta cierto punto, ese grado de ocultamiento y mentira es una capacidad que a la evolución le ha costado millones de años alcanzar. Y es, absoluta y únicamente, humano. Por tanto, aprovechad bien la protección que os proporciona, pero también disfrutad de aquellos preciosos y escasos momentos en que otro confía lo suficientemente en vosotros como para dejaros ver más allá de la máscara. Y siempre, estad atentos a todas las señales y pequeñas marcas de la sociedad que realmente existe por debajo de las apariencias.
Costán Sequeiros Bruna
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