“La historia es un cementerio de élites”, decía Pareto, pero bien podríamos decir que es también un cementerio de potencias. Un imperio ha sucedido a otro, dominando partes más o menos grandes del mundo por medio de la guerra, la economía y la diplomacia. Roma, el Imperio Otomano, la España del XVI, la Francia napoleónica, el imperio chino, el azteca, el maya… Grandes nombres, para las grandes potencias de sus épocas.
Sin embargo, esas potencias no eran todopoderosas. Al contrario, todas ellas estaban constreñidas por límites claros: su poder dentro de sus fronteras era indudable, pero fuera de ellas se limitaba mucho. Roma nunca pudo someter a los pictos ni a los germanos, y a Francia se le atragantó una Rusia tremenda. Cada una de esas potencias vivía en complicados equilibrios con los países que las rodeaban, y en especial las potencias alternativas, en ascenso o en descenso, buscando balanzas y tratando de sobrepasarse unas a otras. El equilibrio de poderes a lo largo del XVIII en Europa es particularmente claro al respecto.
Así, había potencias más importantes y menos, pero en realidad se articulaban en una multipolaridad clara. Pero, ¿qué es la multipolaridad? Básicamente, significa que varios actores (o polos, en esta caso las potencias) se reparten el poder y negocian y entran en conflicto al respecto del mismo, tratando de manejarlo lo mejor que pueden para beneficiarse lo máximo posible. Básicamente, significa que existen equilibrios. Una de las potencias, o más, pueden ser principales, pueden ser dominantes, pero carecen de hegemonía sobre el conjunto porque no pueden imponerse sobre todas las demás.
La multipolaridad fue la norma desde los primeros imperios, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Tras la misma, la multipolaridad desapareció debajo del Telón de Acero, cuando por primera vez el mundo se vio abocado a una bipolaridad clara. Por primera vez, dos potencias tenían la capacidad de condicionar no sólo sus áreas de influencia y aledaños, sino las acciones del mundo entero. No había alternativa, o eras demócrata, o comunista, y los que permanecían fuera del juego (los países no alineados) carecían de ningún poder en el esquema mundial.
Y, con la caída de la URSS, la bipolaridad desapareció para dejar la primera unipolaridad de la historia. Esto no quita que hubiese más potencias, pero ninguna puede hacer sombra a Estados Unidos: el ejército más poderoso, la economía más fuerte (incluso en plena crisis), los centros culturales más potentes, la diplomacia más activa… Es el centro del orden institucional internacional, creado a su alrededor durante la Guerra Fría y que se convierte en el único al final de esta al desaparecer la alternativa. Las noticias tan pronto nos hablan de bombardeos con aviones dron en Afganistán, como de acuerdos económicos en Bruselas, maniobras navales en Corea del Sur, visitas diplomáticas por América Latina, o películas taquilleras por todo el mundo.
Eso es la hegemonía.
No implica que no haya más potencias, que las hay, simplemente que juegan en ligas distintas de poder. La Unión Europea palidece al lado del poder de Estados Unidos, como quedó demostrado en la cumbre del cambio climático de Copenhague, o en el manejo de la Primavera Árabe. Los BRICS pueden estar en ascenso, pero aún no pueden contradecir y oponerse a Estados Unidos, y de momento tienen que conformarse con modificar el sistema construido por EEUU. Venezuela puede jugar a contrariarles, pero sólo dentro de su pequeña esfera, y con capacidad muy limitada.
Hoy por hoy, Estados Unidos es el centro del sistema mundial, un sistema cada vez más interdependiente que depende de vínculos globales que maneja USA. ¿Será así por siempre? No. ¿Qué vendrá después? No se sabe, una nueva multipolaridad distinta, el intento de hegemonía de otra potencia… el tiempo lo dirá. Pero hasta que el tiempo hable, Estados Unidos es la hegemonía mundial, la primera de la historia.
Costán Sequeiros Bruna
Este es el comentario que había en el antigo blog:
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