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Reflexiones personales

Rendimiento de Cuentas, Corrupción y Democracia

El Gobierno mueve sobres llenos de dinero sin que nadie pueda hacer nada. La Iglesia tiene Cardenales que se envenenan unos a otros y desfalcan dinero del Banco Vaticano. Las empresas se mueven a paraísos fiscales. Y esto todo y más, ¿cómo se detiene? La clave para ello es lo que en inglés se llama accountability, que podría traducirse como “rendir cuentas” y que significa, a grandes rasgos, que haya alguien ante quien todo el mundo tenga que responder.

El rendimiento de cuentas no es nada nuevo, ya lo encontramos por ejemplo en la famosa historia del Gran Capitán y sus cuentas ante Fernando el Católico. Y, en el fondo, el principio existe prácticamente desde siempre, de una forma u otra, excepto para aquellos en el poder máximo que no solían rendir cuentas ante nadie. Con el ascenso de la democracia, eso ha ido cambiando, aunque desgraciadamente más de nombre que de verdad. Pero, veamos qué mecanismos existen hoy en día de rendimiento de cuentas.

Si cogemos una empresa cualquiera, desde Microsoft a la tienda de la esquina, esta tiene dos mecanismos de rendimiento de cuentas: por un lado, el Presidente rinde cuentas ante la Junta de Accionistas y directivos, o ante sus socios en caso de sociedades limitadas. Por otro, su actividad rinde cuentas ante la sociedad en la medida en que los ciudadanos compren o no sus productos; de hecho, a menudo se ha llamado al capitalismo la “democracia económica” porque se podría comprar unos productos si y no otros en base a cuestiones políticas. Aunque el consumo político no está muy extendido, si que ha habido casos sonados de éxito del mismo, por ejemplo cuando estalló el escándalo de los balones de fútbol de Nike fabricados por niños en Asia, que hizo caer sus ventas enormemente.

En el modelo clásico de separación de poderes de Montesquieu, los distintos poderes del Estado rinden cuentas los unos ante otros y ante el pueblo y eso es lo que llamamos democracia moderna. Sin embargo, la partitocracia ha pervertido esto, al ser los partidos los que copan todos los poderes y, por tanto, anulan la posibilidad de rendimiento de cuentas de unos sobre los otros. Así, los partidos únicamente rinden cuentas en base a los resultados electorales cada cuatro años, e incluso ante estos la influencia ciudadana es más bien pequeña, ya que hemos visto muchos casos de líderes de partidos que siguen al frente del mismo pese a sonadas derrotas, como el caso de Rubalcaba.

Hay otras instituciones y grupos que, sin embargo, no rinden cuentas ante nadie. La Iglesia, por ejemplo, sólo rinde cuentas ante Dios, y este últimamente no ha sido posible alcanzarlo para que hiciese declaraciones al respecto. En la misma línea tenemos a los jueces del Tribunal Supremo americano, por ejemplo, que para garantizar su independencia tienen la posesión del asiento de manera vitalicia, lo cual hace que no rindan cuentas ante nadie por sus decisiones.

Como se ve con este breve recorrido por distintos tipos de instituciones, los mecanismos de rendimiento de cuentas existen pero, en general, están más bien limitados. El poder, al fin y al cabo, no quiere ataduras, y si por él fuese volveríamos a los gobiernos de Reyes y Emperadores que a nadie rendían cuentas. Y, a menos cuentas deba rendir una institución, más fácil es que esta se corrompa al no haber nadie para vigilar sus desmanes. No es sorprendente que las empresas se vayan a paraísos fiscales: sólo rinden cuentas ante sus accionistas, en gran medida, y estos van a juzgar a la junta directiva en base a las ganancias que obtengan cada trimestre; o que los partidos adjudiquen EREs o sobres a voluntad, cuando todo eso nadie lo vigila más que ellos mismos y las elecciones siempre tardan mucho en llegar. En el fondo, casi es lo natural. Casi.

Afortunadamente, vivimos en un mundo donde el poder encuentra nuevas limitaciones. La transparencia es clave en esto, a medida que distintas herramientas arrojan luz sobre el funcionamiento de los espacios más ocultos del poder y sus numerosas cloacas, el poder se ve más expuesto a la opinión pública. Y al verse expuesta a la sociedad civil, se le exige al poder que se justifique, que explique por qué hay sobres, o por qué tal persona ha sido nombrada para un cargo, o qué ha hecho esa empresa para conseguir la adjudicación de ese proyecto. Y, en la medida en que vivimos en una democracia, esto luego puede (y sólo puede) transformarse en impactos serios en las elecciones, a medida que los partidos se deslegitiman por haber caído en las trampas; o las empresas pierden ventas al no respetar los derechos de sus trabajadores, o se encuentran frente a acciones de la sociedad civil como pintar todas las morsas de verde para que su piel no valga nada, como hizo Green Peace.

Sin embargo, todo eso hoy por hoy son sólo parches para un tejado que hace aguas. Nuestra democracia hoy por hoy no es suficiente y se encuentra, como sistema, crecientemente deslegitimada. Hace falta construir nuevos mecanismos de rendimiento de cuentas que garanticen que el poder responda ante los ciudadanos, que estos sean capaces de fiscalizar sus acciones en tiempo real, y no con un retraso de años como ocurre hoy en día. Hasta que eso no ocurra, no existan mecanismos políticos y económicos que garanticen una ética entre los gobernantes y una responsabilidad de los mismos ante la sociedad, seguiremos viendo como la corrupción rezuma de sus pozos, expuesta a la luz de los nuevos medios de información.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas del rendimiento de cuentas?

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