En una de las conferencias principales, Fernando Vallespín (el jefazo del CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas) contaba cómo había dedicado un cierto tiempo a seguir la situación de la crítica terrible que las encuestas políticas habían recibido en Francia durante las últimas elecciones. Y contaba cómo en su análisis, surgía una paradoja muy interesante.
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España como concepto tiene una historia cuanto menos turbulenta. Como nación única se gestó a finales del siglo XV y principios del XVI. Antes de eso, en la actual España convivían una serie de reinos diferentes, entre los que destacaban Castilla y Aragón. Se fundieron con el matrimonio de los Reyes Católicos y ellos decidieron iniciar un proyecto de unificación de la península en la medida de lo posible. Conquistaron Granada, último reducto moro. La siguió Navarra, en el norte. Sometieron a la levantisca nobleza gallega por completo, eliminándolos y sustituyéndolos por nobles castellanos. Sólo se les escapó Portugal, independiente desde el siglo XI. Aragón y Castilla pasaron a ir de la mano, en manos de un único Rey, su hijo Carlos I. Sin embargo, por aquel entonces no era España, sino que Carlos I era “Rey de Castilla, Rey de Aragón, Rey de las Américas…”, una lista muy considerable de títulos, a fuer de ser exactos.