Eso es, de hecho, lo que significa el nombre de China en su idioma y, en buena medida, refleja adecuadamente el lugar que le ha correspondido a esta civilización en el mundo desde hace muchos milenios. No fue hasta la Revolución Industrial que Europa alcanzó y superó el peso económico de China, por ejemplo, y aún estamos muy por detrás en términos de extensión y de demografía. Y, hoy por hoy, con cada año que pasa, China reduce más la diferencia con el Oeste y ocupa una posición más central. No en vano, ya desde el comienzo del gobierno de Obama en Estados Unidos, este país ha comenzado a virar su política exterior de occidente hacia el Pacífico, y buena parte de los conflictos principales del mundo tienen lugar en torno a pequeños movimientos de tropas y gestos políticos por los Estados en ese océano. Pero, ¿cuánta base hay realmente en el ascenso al poder de China?
La respuesta es sencilla en este caso: mucha. La economía china lleva décadas creciendo a la increíble cantidad de un 10% anual, sus clases más pobres se han comenzado a mudar a las ciudades (algunas de las cuales son las más pobladas del mundo) y a mejorar sus condiciones económicas, es un país que se ha industrializado masivamente y cuya capacidad de acción política en el exterior crece de modo parejo. No en vano, la inversión extranjera en América del Sur y África por parte de China es capaz, cada vez más, de competir con la europea o norteamericana a la hora de acceder a los recursos que se exportan desde esas regiones.
El resultado es que China es, sin duda, el hermano mayor del grupo de los BRICS. India crece rápido, Brasil ha avanzado mucho pero aún tiene muchas desigualdades internas, Rusia es incapaz de terminar de construirse como potencia y Sudáfrica juega en un territorio muy desigual y complicado como es el continente africano; por todo ello, es China la que logra los mejores resultados en prácticamente todos los campos. Veámoslo primero por partes.
Económicamente, ya he expuesto como el crecimiento de China no es comparable al de ningún otro país. Militarmente, el gasto del ejército chino aumenta año tras año en porcentajes muy altos y se calcula que alcanzará el de Estados Unidos en torno a 2020, por no mencionar que hace tiempo que es una de las mayores productoras de armas del mundo. Tecnológicamente, a través de un dudoso respeto por la propiedad intelectual y numerosas unidades de espionaje industrial y tecnológico (y, recientemente, de ciberguerra) el avance tecnológico de China es rápido, aunque todavía está lejos de alcanzar a las potencias principales en este campo. Y globalmente ya posee mucho poder en muchas instituciones internacionales (especialmente el Consejo de Seguridad de la ONU, donde tiene derecho de veto), lo cual le da una enorme capacidad de acción global.
Es en esas dimensiones estructurales y de poder duro donde China tiene una mayor ventaja, mientras que sus debilidades están en otro lado. Su sociedad civil es, hoy por hoy, débil y, aunque crece y se desarrolla, se encuentra aún muy limitada por el control del Partido. Su modelo político de partido único se encuentra crecientemente deslegitimado en algunos sectores de su propia población (véase las manifestaciones en Hong-Kong, por ejemplo), mientras que otros ponen las denuncias en torno a la corrupción de su sistema de élites cerradas o en los problemas medioambientales resultado de su industrialización acelerada. Además, su industria cultural es débil, alimentada sobretodo por una población china esparcida por todo el mundo pero no tanto en la capacidad de conseguir que otros países vean sus películas o escuchen su música (en gran medida por la barrera idiomática). Finalmente, su demografía también plantea problemas serios, con una población que envejece rápidamente y con una difícil inclusión de la mujer en el mercado de trabajo.
Pero todo esto puede cambiar a medida que pasan los años. China hace tiempo que ha sido reconocida por todos los actores como la gran potencia en ascenso, y ellos mismos han acuñado el término “ascenso pacífico” para construir sus proyecciones de futuro. Prefieren, así, una aproximación de poder blando (ayudas económicas, inversión extranjera, influencia en organizaciones internacionales…) a la simple aproximación más confrontacional que se espera de las potencias en ascenso (papel que le gusta jugar a Rusia). Así, China puede ser el poli bueno de la historia, buscando reconstruir el orden global internacional de una manera más concertada y dialogante que ajuste paso a paso la estructura global.
Y esto es una cuestión importante: China es paciente. A diferencia de Occidente, que vive luchando por ganancias inmediatas, los chinos tienen una visión a más largo plazo. Son la civilización más antigua todavía existente en el mundo y han aprendido a moverse con los distintos ciclos del tiempo, aprovechando en la medida que pueden las oportunidades que ofrecen. Y, en su forma de entender el mundo, es más importante el orden y la estabilidad (nociones básicas del confucianismo, por ejemplo) que el conflicto (algo central en la ideología occidental).
Es todo esto lo que construye a China como la gran potencia en ascenso, con sus debilidades pero también con las herramientas para llevar adelante la lucha contra esas flaquezas. Y, con un gobierno no elegido democráticamente, tienen la posibilidad de plantearse el futuro a largo plazo, con transiciones pactadas y suaves de un gobierno al siguiente, siempre y cuando puedan mantener controladas las demandas sociales.
El resultado es que, en buena medida, es probable que China se constituya como un poder desarrollado y una de las principales potencias del mundo como muy tarde en torno a 2025. A partir de ahí, la hegemonía que Estados Unidos tuvo a partir del final de la Guerra Fría habrá decididamente pasado a mejor vida, y el mundo multipolar que ahora está surgiendo habrá llegado a ser real en todas sus facetas.
Costán Sequeiros Bruna
Y tú, ¿qué opinas de China?