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Crítica de Libro: El Código 2.0

Escrito por el profesor de derecho americano Lawrence Lessig, El Código 2.0 es un tratado directo, sencillo de entender y profundo sobre la forma en que nuestras sociedades construyen sus regulaciones, y los retos que plantea el cambio fruto de nuevas tecnologías o entornos sociales cambiantes. A lo largo de sus 563 páginas, Lessig nos lleva de la mano por un análisis profundo de los fundamentos del derecho y la forma en que este interactúa con la sociedad, con el poder, con la democracia, o con el mundo nuevo que surge cada día. Y lo consigue hacer de un modo entretenido y fácil de seguir incluso para aquellos de nosotros que no somos expertos en derecho y que, de hecho, nos aburre este soberanamente. Con todo lo cual, resulta un libro enormemente recomendable para todo aquel proucado por cuestiones como la protección de la privacidad, la construcción de sistemas de derecho efectivos, la regulación de internet, o cómo el mundo se actualiza a las novedades que en él se producen.

Para este post, sin embargo, yo voy a recuperar un trozo muy concreto de su argumento que, sin embargo, y considero que es el pilar central sobre el que se construye el conjunto del libro: la forma en que cualquier objeto de la sociedad se puede regular. Según Lessig, a todo elemento social se le pueden aplicar (y se le aplican) simultáneamente cuatro formas distintas de ordenamiento:

La primera, y la más obvia, es la ley. Esta defiende unos principios de ordenamiento de la sociedad fruto de los valores de la misma, ordenados de arriba a abajo, y poniéndolos bajo la protección de distintas sanciones en caso de que dichos valores sean infringidos. Así, la ley nos castiga si robamos, o si no declaramos nuestro patrimonio real a Hacienda.

La segunda son las normas sociales. Funcionan de un modo muy similar al de la ley, en la medida en que son normas que debemos cumplir, y cuyo incumplimiento acarrea una sanción. Sin embargo, el origen de su poder y su funcionamiento es completamente diferente: en vez de venir de arriba, del Estado, vienen de abajo, del conjunto de la comunidad. Así, si no damos propina nos considerarán tacaños, y si no damos las gracias nos considerarán groseros. Y estas consideraciones afectarán a nuestras interacciones futuras con la gente, de modo que resultan sanciones efectivas a las acciones que la gente realmente hace en su vida a diario, si no quiere el castigo social de la mala mirada, los rumores a las espaldas, o el ostracismo.

La tercera fuente de reglamentación es el mercado, y este si funciona de modo diferente. La base de la regulación por el mercado es el precio, que limita quien puede acceder a qué bienes, y en qué condiciones. A diferencia de las normas y la ley, cuyos castigos son a posteriori de que la norma se inclumpla, en el caso del mercado su precio se da simultáneamente a que se lleven a cabo cada acción: en el momento de conseguir algo hay que pagarlo, o contraer un préstamo. El mercado regula así la actividad humana en todo lugar y momento, limitando quien puede comprarse ropa de marca, o qué coches podemos tener, o quien puede acceder a Internet.

La cuarta forma de regulación es la que más a menudo pasa desapercibida, y es la que él llama la arquitectura. Esta es una forma de regulación que existe en el mundo que nos rodea, limitando nuestras acciones de una u otra forma. A menudo, la arquitectura es fruto de la acción humana, pero también puede ser natural. Y al ser limitaciones en el mundo, no son cosas que se puedan debatir o discutir o negociar, sino que existen y tienen su efecto de modo a menudo sutil. Por ejemplo, una puerta nos impide pasar si está cerrada con llave y no tenemos esa llave, o unas escaleras pueden impedir que alguien en silla de ruedas llegue a ciertos lugares. El código que da nombre al libro, por ejemplo, es uno de los elementos arquitectónicos, ya que lo que puedes hacer o no en internet depende directamente de lo que te permitan hacer o no los programas que tienes instalados, y cómo ellos están codificados.

Estos cuatro tipos de regulación de toda actividad humana normalmente trabajan a la vez. Si queremos cruzar la puerta sin la llave, sabemos que podemos tirarla abajo y que esto tendrá un castigo por parte de la ley si es un allanamiento, y si es nuestra casa tendrá un coste de mercado reponer la puerta, y que desde luego los vecinos van a pensar que esas no son formas de entrar.

Sin embargo, que las cuatro formas de regulación intervengan a la vez no implican que lo hagan en igual medida. La mayor parte de los elementos, por ejemplo, suelen estar regulados más por unos que por otros. Por ejemplo, en el encuentro con unos vecinos normalmente pesan más las normas sociales de la buena educación que la ley de que no les robemos, aún cuando ambas están funcionando a la vez.

Es importante ver, sin embargo, que Lessig plantea también la otra cara de la moneda. En la medida en que esos cuatro tipos de regulación codifican las acciones de los ciudadanos, también están sirviendo para proteger a dichos ciudadanos de abusos de poder o intervenciones no deseadas en sus vidas. Es el derecho a la vida el que garantiza que puedes andar con seguridad por las calles de tu ciudad; el mercado, cuando tiene un precio justo, el que garantiza el acceso de la gente a los bienes que necesitas; las normas sociales las que garantizan que hablen bien de nosotros cuando nos hemos portado bien; la arquitectura la que permite que crucemos la puerta cuando tenemos la llave.

Así, de la compleja interrelación de estos cuatro elementos en sus dos facetas es de donde surge el espacio de libertad del que disfrutamos cada una de las personas en cada una de las sociedades. Y es la existencia de estas cuatro formas las que garantizan que todo espacio social se puede regular, pero también que las regulaciones sean justas o injustas, útiles o inapropiadas.

Por supuesto, el análisis de Lessig es más profundo y detallado de lo que se puede abarcar en un post, pero espero que esta breve introducción a un concepto tan bien analizado haya servido para despertar vuestro interés en este libro tan recomendable.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de este libro?

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