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Reflexiones personales

Propiedad Intelectual, Industria y Creatividad

Todos conocemos las numerosas historias acerca de la lucha de la SGAE y organismos similares por los derechos de los músicos, directores de cine, etc. Por toda la industria cultural. Historias que incluyen que paguemos una tasa en todo disco duro que compremos simplemente porque “podríamos usarlo para copiar películas”, o que las peluquerías tengan que pagar otra tasa por poner la radio. Historias para no dormir, en resumen. Pero, en realidad, ¿a quien benefician estas medidas?

La respuesta sencilla y directa sería que a los músicos, directores, etc. que han invertido muchas horas de esfuerzo y trabajo en construir esas obras. Sin embargo, estas instituciones no se crean para defender esos intereses más que en apariencia. En realidad, lo que se defiende es una industria cultural basada en una percepción equivocada de la propiedad de los bienes culturales. Tomaré aquí las palabras de Lessig, que siendo profesor de derecho, se expresa mejor al respecto que yo:

Un rasgo insoslayable de la propiedad intelectual es que su consumo es <>[…] El consumo de otro no disminuye el mío.[…] Las ideas, en su núcleo, pueden compartirse sin que se reduzca la cantidad que su propietario puede consumir.*

Es más, como señala más adelante, la existencia de libertad a la hora de usar y reutilizar los conocimientos generados por otros son beneficiosos para los propios interesados. Él usa el ejemplo de los libros: yo publico un libro, si todo el mundo tiene acceso libre a él se facilita que haya gente que haga críticas del mismo, con lo que más gente se enterará de su existencia y tendrá una opinión sobre si le interesa o no, y de ahí que más gente lo leerá o comprará.

Por tanto, lo que vemos en todo el sistema de creación de patentes de propiedad intelectual es que es la industria cultural la que se quiere proteger a si misma. Desde que se inventase la imprenta, pero especialmente a medida que surgió la posibilidad de copiar los bienes culturales de forma crecientemente barata y de distribuirla, la industria cultural ha estado corriendo una carrera perdida contra el cambio tecnológico. Se pasaron leyes y modificaciones a las leyes sobre lo que podía durar la propiedad intelectual (las famosas leyes Mickey Mouse, en referencia al personaje de la Disney por el cual se extendió este periodo), pero todo tenía un límite. Simplemente, estaban poniendo parches a un tejado que cada vez se hundía más, y la llegada de Internet ha resquebrajado por completo la estructura.

¿Esto implica que Internet es el territorio de los piratas y los hackers? Ciertamente, lo es, pero, ¿es eso inevitable o, incluso, negativo? La respuesta es que no, a ambas cosas. No es inevitable, porque siempre existen nuevos mecanismos de control que pueden eliminarlo. Pero, especialmente, no es negativo porque lo que ellos hacen es conseguir que los medios culturales estén a disposición de cantidades mayores de gente que sino no podría disfrutar de ellos.

Este es un cambio fundamental en el modo en que se contruye la cultura en el mundo entero. Antes era propiedad de los grandes mononopolios de la música (Virgin y compañía) o de los grandes estudios de cine (como la Universal), etc. Se ha ido abriendo cada vez más esa mano, e internet se ha convertido en una herramienta fundamental para ello. Ahora, numerosos músicos que no podrían darse a conocer porque su música no es lo suficientemente comercial como para llamar la atención de las grandes discográficas son capaces de darse a conocer colgando sus videos gratuitamente en Youtube, atrayendo así gente a sus conciertos, o donaciones de crowdfunding para su siguiente proyecto, directamente pagada por la gente a la que realmente les gusta su música y no los que la quieren monetarizar.

Obviamente, la industria lucha una guerra perdida contra esto, y la solución no pasa por ponerle diques al mar, sino por adaptarse a los nuevos tiempos. Es legítimo que los que han dedicado esfuerzo y tiempo a un proyecto puedan vivir de él y dedicarse a ello para hacerlo mejor y más completo. La forma de lograrlo es adaptándose a ello. La plataforma de Steam que ha puesto los videojuegos a precios asequibles ha hecho más por la lucha contra la piratería de videojuegos que los canons de la SGAE o las campañas de concienciación ciudadana. Vivimos en un mundo capitalista, eso es desgraciadamente innegable, pero lo que se ve es que la gente está dispuesta a pagar por lo que quiere si lo obtiene a un precio razonable, con servicios adicionales, etc. Los canales de televisión a la carta por internet, como el de la HBO, han hecho lo mismo para la televisión, permitiendo que la gente acceda legalmente y a un precio justo a los contenidos que quiere ver, cuando los quiere ver. Amazon, para los libros, también sería un buen ejemplo. Y podríamos seguir eternamente.

Es la industria la que se tiene que adaptar a los tiempos, no los tiempos a la industria. Ya lo dijo Alex de la Iglesia en la última ceremonia de los Goya que ofició, ya hace años. Y sus palabras son más ciertas ahora que nunca.

Y la razón principal de ello no es social (que el beneficio de que todo el mundo acceda a la cultura es inmenso), no es económico (dinero que se pierde porque la industria no está al día), sino que la base de todo es creativo. El proceso de creación se basa en el intercambio de conocimientos, de experiencias, de sensaciones. Al enriquecerse el autor, le surgen proyectos que llevar adelante, y con ellos nacen discos, libros, o investigaciones. Es la razón principal de que Silicon Valley haya juntado a todas las empresas de un mismo ramo juntas, porque la polinización cruzada de investigadores es uno de los grandes motores de la creatividad de la industria de la comunicación y tecnología americana. Y lo mismo es aplicable a todos los ámbitos donde la creatividad es importante, desde la ciencia más compleja a la capacidad de los ciudadanos de remezclar canciones con vídeos y colgarlos en Youtube.

Por tanto, al limitar la capacidad de compartir cultura, estamos limitando a la misma cultura que se crea, al avance de la ciencia, las ideas, etc. Estamos limitando nuestro futuro, y eso es un precio demasiado alto. Así que dejando de lado las consideraciones altruistas (y loables) de una sociedad de gente culta con conocimiento al alcance de la mano, dejando de lados las consideraciones egoístas (más criticables) del beneficio económico… lo que nos jugamos es nuestro futuro, y el de los que vengan detrás.

Quien sabe, quizás el Mozart de nuestra época nunca sea conocido porque en la discográfica le dijeron que su música no era comercial. O nadie lea el nuevo Cuervo porque a Poe le dijeron que la poesía ya no vende. Pero, sobretodo, quizás nunca tengamos un Dostoievsky porque nunca tuvo la idea que llevó a que se escribiese Los Hermanos Karamazov. Y eso es algo que se habría perdido para siempre, irremplazable.

Costán Sequeiros Bruna

*La cita de Lessig la podréis encontrar en su libro El Código 2.0, pag 294, justo cuando está hablando de propiedad intelectual.

Y tú, ¿qué opinas?

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