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Reflexiones personales

Destruir para Crear

Esta parece ser la máxima cada vez más, especialmente entre los Americanos. Hablamos de ella con motivo del libro La Doctrina del Shock, de Naomi Klein, pero este tiempo de observar el mundo a mi alrededor (y una larga conversación con Iker) me ha permitido darme cuenta de que es hora de llevar los supuestos de Naomi Klein más allá de donde ella los llevó, vinculándolos con la sociología y sus teorías clásicas (en cierto sentido, se nota y lamenta el hecho de que Naomi es periodista, por lo que se pierden algunas oportunidades). Quizás haya que dar un par de vueltas para explicar todo esto, así que os pido un poco de paciencia.

“Anomia” es un término clásico en sociología, acuñado con maestría por Emile Durkheim, uno de los padres fundadores de la disciplina. Podríamos resumir el término como la falta de sintonía que se da entre uno y la sociedad en la que vive, cuando se desapega de sus reglas porque siente que estas ya no se le aplican. Sin embargo, no hay que entenderlo como un término de blanco o negro, ni permanente, sino que se puede estar más o menos anómico según nuestra situación en la vida en un momento dado, y luego más en la siguiente, y menos más allá, dependiendo de cómo avance nuestro camino.

Un ejemplo, para clarificar esto, aunque con una acepción algo más moderna del término tomada de Merton. Los obreros de una fábrica en general están un poco anómicos porque ven que nunca llegarán al éxito social (económico, básicamente) que la sociedad ha marcado como objetivo definitivo. Algunos se dedicarán a medios creativos de hacer dinero para compensar, mientras que la mayoría simplemente se volverán anómicos y se frustrarán, al ver que la sociedad real y sus reglas no son las que corresponden a lo que debería ser dados los objetivos que la sociedad marca. Si la anomia crece mucho, descontroládamente, llega un momento en que explota. Esto puede ocurrir de dos maneras: con poder o con impotencia.

En caso de que explote con poder, nos encontramos en una situación en que la clase fuertemente anómica decide pasar a la acción y cambiar el mundo. Es el caso de la mayor parte de las revoluciones y revueltas, cuando el pueblo se lanza en contra de un gobernante opresor en busca de instaurar un régimen más justo.

Por el contrario, en caso de que explote sin poder nos encontramos ante una situación de shock. La gente mira a su alrededor generalmente ante una gran tragedia, incapaz de correlacionar el mundo que ve con las reglas sociales que han imperado toda su vida. Es el caso por ejemplo de un golpe de estado, o de las inundaciones ocasionadas por un maremoto o un tifón. Entonces, los ciudadanos se vuelven vulnerables, ya que su moral está destruida y son incapaces de mobilizarse; además, tanto ellos como sus gobernantes son vulnerables a sugestiones e ideas de planes para solucionar ese problema, y los cambios que se introducen a menudo permanecen después incluso aunque sean injustos (por ejemplo, las vulneraciones de la libertad que incluyen las actas sobre seguridad aprobadas en el Congreso de EEUU después del 11-S).

Esto hace que el aplicar shocks a la población sea una buena forma de implantar medidas sociales que dicha población no aceptaría de otro modo, debido a que simplemente no tiene la voluntad de luchar. Su mente está destruida, como dice Naomi Klein.

Pero hay situaciones que van incluso más allá de este punto, echemos mano un poco de la ciencia-ficción, pero también de la historia. Argentina, el golpe de estado acaba de inducir a la población al shock que los economistas rápidamente aprovechan para implantar medidas neoliberales poco apreciadas por la población (los neoliberales de la escuela de Milton Friedman son expertos en aplicar shocks a la gente). Sin embargo, esas medidas son demasiado brutas, de modo que cuando el shock pasase, era altamente probable que lo que se produjese una sublevación, o al menos disturbios considerables. Por tanto, lo que se decide es llegar al siguiente nivel, el más terrible: el shock sostenido. ¿En qué consiste? Pues, básicamente, en lo que dice el nombre, mantener el estado de desorientación e impotencia de modo permanente, o continuado. Para ello se producen secuestros y asesinatos en la noche, torturas, y todo ese tipo de historias terribles que suelen ser tan tristemente habituales en las dictaduras. Eso mantiene a la población en estado de shock, incapaz de actuar y organizarse para defender lo que es suyo, incluso a sus propios miembros.

Y es que en el caso anterior hay un elemento interesante: el shock se aplica no para implantar una serie de medidas no deseadas, sino para cambiar por completo el sistema político de una sociedad, y sus valores en cierta medida. Es un golpe de estado mental, incluso, de ahí lo terrible, pues no sólo mueren gentes y son torturados, sino que sus propias identidades colectivas son destruidas en pro de un nuevo sistema. Lo cual nos lleva a la ciencia-ficción, por la cual sabéis que tengo una debilidad especial, ya que permite jugar con un futuro hipotético y ver qué podría ocurrir en esos casos.

“1984”, la terrible obra maestra de George Orwell que nos lleva a la terrible dictadura del Gran Hermano, es un ejemplo claro de una sociedad en permanente estado de caos y shock, hasta el extremo de que la propia sociedad es reescrita constantemente según las necesidades del momento. Su propia falta de historia e identidad hace que la vulnerabilidad sea total, y al final no queda resquicio para nada. Y es que el valor de la historia de un pueblo como base de su identidad y defensa del shock es vital; sino, ¿por qué creéis que los americanos dejaron que el gran museo de Irak fuese saqueada ante sus ojos, con los antiquísimos objetos de gran valor que había en su interior? De nuevo a la ciencia-ficción, la otra gran distopía comparte los dos elementos básicos. Primero de todo, en “Mundo Feliz” de Aldous Huxley, la historia no existe, dejando la gente completamente vulnerable. Y segundo, el shock, en este caso inducido por el lado positivo de una droga de la felicidad que anula tanto la identidad de la persona como el bombardeo continuado de “1984”. O quizás deberíamos mencionar como en “Starship Troopers” (el libro de Heinlein, no la película) hace falta un gran enemigo exterior que casi destruye a la humanidad con su bombardeo para cambiar todos los gobiernos del mundo y permitir el auge de ese gobierno fascista centralizado. Y en “El Juego de Ender”, de Orson Scott Card, es también la destrucción del mundo y el shock subsiguiente la que permite la aparición del Hegemón, el gobernante del mundo.

En resumen, que la destrucción de la mente de las personas por medio del shock nos deja vulnerable a que otros construyan el mundo que ansían, y que nosotros aceptemos incapaces de oponernos a ellos por falta de voluntad. Quizá nunca veamos un Mundo Feliz a nuestro alrededor, y esperemos que las bombas de 1984 permanezcan lejos de nuestras casas, pero el Katrina fue un shock más que suficiente para cambiar las políticas de vivienda y educación en Nueva Orleáns, y el tsunami que arrasó Asia sirvió para expropiar las tierras de los pescadores y entregarlas a los grandes conglomerados de empresas hoteleras y de turismo, igual que la debacle de la destrucción de la Unión Soviética sirvió para que los grandes servicios públicos acabasen en manos de las actuales oligarquías rusas.

¿Existe una forma de defenderse? Si, aunque es complicada cuanto menos. Mantener nuestra propia identidad clara, lo que valoramos, lo que nos importa, lo que somos, incluso en los momentos en que eso parece no tener sentido alguno. Así aunque venga un nuevo 11-M no se podrán pasar políticas indeseadas sin la oposición del pueblo y aunque la Unión Europea se hunda nosotros recordaremos lo que es ser español, gallego, catalán, vasco, andaluz, y/o extremeño.

Costán Sequeiros Bruna

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