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Coronavirus, relato social y un futuro mejor

El coronavirus, la historia y el poder de la crisis y su narrativa.
El coronavirus, la historia y el poder de las crisis y su narrativa.

La Historia muestra que a menudo, las crisis más fuertes, son herramientas potentes de construcción de un futuro diferente del esperado. Sea el coronavirus o sea cualquier otra, las crisis ponen en tela de juicio el entramado de cada sociedad, poniendo de relieve sus deficiencias, problemas y dificultades. En respuesta, nuevas medidas se pueden tomar para garantizar que esas situaciones no se repitan, llevando a cambios en la sociedad. No se trata, así, de que las crisis sean uno de los motores del cambio social, pero si que actúan como catalizadores y aceleradores del mismo.

Uno de los mayores logros de la segunda mitad del siglo XX para la construcción de una paz ha sido la Unión Europea. Si bien esta crisis ha mostrado que los países siguen compitiendo entre si aunque sean miembros de la Unión, lo cierto es que ya no competimos de modos tan violentos y terribles como hemos hecho en los siglos pasados, e incluso a veces logramos articular respuestas comunes a ciertos problemas, aunque sea tarde y mal.

El mayor impulso a la construcción de la Unión Europea fue la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Después de que le dijeran que era demasiado tarde a Alexandre Marc en Francfort, después de millones de muertos y ciudades arrasadas, la experiencia de la devastadora guerra quedó grabada a fuego en la mente de los europeos del momento. Y de sus líderes. Desde Churchill a Monnet, Schuman o Adenauer, y tantos otros, la idea de crear una Europa unida como modo de evitar una tercera guerra mundial fue calando hondo. Fue la época más europeísta de todas, y en la que mayores avances se hicieron en la integración, con los países más dispuestos a sacrificar sus intereses nacionales por el bien del conjunto.

El coronavirus es una crisis histórica, con gran potencial de cambiar las cosas.
El coronavirus es una crisis histórica, con gran potencial de cambiar las cosas.

Pero esa experiencia que aglutinaba a esas generaciones, se ha ido perdiendo con el tiempo. Y, junto a ella, el impulso europeísta ha ido perdiendo fuerza hasta que ahora, con este siglo XXI, apenas se consiguen dar pequeños pasitos que no llevan a nada. Nuevas experiencias marcan la identidad de los europeos, cosas como la crisis del petróleo de los 70s, la reunificación alemana, la globalización o la crisis del 2007. Pero todos esos momentos no se vivieron en clave europea o común, sino que se vivieron en clave nacional: la crisis del 2007 es culpa de Grecia y los PIGS, la reunificación alemana es parte de la historia alemana, etc.

Pero ahora, todos nos encontramos encerrados en nuestras casas, enfrentados a un enemigo ante el que todos somos iguales: el coronavirus. Y no es una cuestión europea y no se puede vivir en clave nacional, porque la primera gran pandemia del siglo XXI es, como todo en este siglo, global, y va de un extremo a otro del mundo. Hay muy diversas respuestas, desde los fracasos del gobierno federal norteamericano a los aciertos del gobierno de Corea del Sur, pero la historia y la experiencia es global. Familias encerradas juntas, empleos y puestos de trabajo destruidos, miedo e inseguridad, nuevas tecnologías como medio de mantener el contacto…

La crisis del coronavirus, como todas las demás, sirve como acicate y aceleradora de cambios sociales. Se han puesto de relevancia cosas muy importantes, como que la salud de cada uno depende no solo de uno mismo sino de aquellos que le rodean. Que es importante tomar medidas para buscar una sanidad pública lo mejor posible. Que los problemas son globales y los fracasos de unos países causan problemas en otros, igual que podemos aprender de sus aciertos. Que los gobiernos tienen más poder que la economía cuando se deciden a usarlo. Que incluso frente a una crisis global hay gente (como nuestros líderes políticos españoles) que se enfrentan entre si en vez de unirse, pero que hay otros que se unen en vez de enfrentarse (como los políticos portugueses). Y que todos, al fin y al cabo, estamos juntos en el mismo barco: el planeta azul en el que vivimos.

Sin embargo, que el coronavirus vaya a acelerar cambios en las sociedades del mundo no determina cómo serán esos cambios. Pueden ser a mejor, pueden ser a peor. Si el acicate de la Segunda Guerra Mundial sirvió para construir la Unión Europea fue por causa de una pieza central en ese drama: el relato social que se construye con esos eventos.

El relato es clave a la hora de entender una crisis como el coronavirus.
El relato es clave a la hora de entender una crisis como el coronavirus.

Así, en una sociedad intersubjetiva como la que vivimos, no hay una verdad absoluta que todo el mundo comparta. Hay muchas versiones de los hechos, cada una con una serie de argumentos y explicaciones. Y con esos argumentos se construyen historias que explican las experiencias que vivimos y le dan coherencia a nuestras historias de vida. Esas narrativas sociales son la clave de todo.

Y es que cuando tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial, se marcó una experiencia a fuego en las mentes de quienes lo vivieron. Una seña imborrable de horror y terror, con unas muy marcadas improntas emocionales. Pero qué se hace con esa energía emocional depende de qué historia contemos. No es lo mismo decir que fue una tragedia por causa de unos pocos locos que iniciaron una guerra a decir que fue una barbarie a causa de una serie de elementos históricos que conllevaron a la humillación de un país y el auge de ideologías extremistas y peligrosas (por cierto, cada vez más de vuelta en nuestros tiempos). La clave, es la historia que se cuenta de lo que se vivió.

Porque cuando años después vengan los estudios con datos sesudos sobre lo que ha ocurrido en estos meses, el coronavirus ya nos habrá marcado de por vida. Y darán igual los datos que nos den entonces, porque el ser humano no se suele convencer con datos e información, sino con la gestión de sus emociones. Y esa gestión se dará en estos momentos en que todos estamos viviendo el coronavirus, estamos generando esas emociones y experiencias, nos estamos improntando de ellas y las estamos integrando en nuestras identidades.

El relato que surge, por tanto, está vivo y en marcha, y se solidificará antes de que los historiadores y científicos realmente puedan estudiar lo que ha pasado. Un relato que se compone de tardes de aplausos a las 20:00 o de caceroladas a la misma hora. Una historia compuesta por las miles de muertes por coronavirus por todo el mundo, pero también las historias de las medidas que han hecho que unos países tengan más o menos. Una narrativa en la que las experiencias de familia serán más importantes que los libros de historia a la hora de marcar cómo la entienden y la vivieron las generaciones más pequeñas e influenciables, en pleno proceso de aprender a vivir y quienes son. Una aventura llena de historias de sacrificios (como los médicos cayendo enfermos por seguir atendiendo a la gente pese a la carencia de medios de protección adecuados), de pequeños gestos de ayuda (como esos vecinos que ponen música o hacen actividades para animar a los demás) y también historias mezquinas (como los grandes supermercados o las funerarias subiendo los precios, o gente vendiendo mascarillas que no cumplen los requisitos de sanidad).

Todo esto y mucho más se está grabando en estos momentos en nuestras cabezas; en las experiencias con las que todos estamos viviendo esto irán inscritas las emociones con las que hemos vivido el coronavirus, los miedos e inseguridades, las esperanzas y alegrías. Y todo ello, irá envuelto en una serie de explicaciones que todos viviremos como ciertas a partir de ahora y serán muy difíciles de cambiar a medida que se consoliden.

El relato de la experiencia del coronavirus va a ser clave para construir el mundo futuro.
El relato de la experiencia del coronavirus va a ser clave para construir el mundo futuro.

De modo que este es el momento en que el futuro empieza a crearse. Porque, según cómo narremos la experiencia del coronavirus, las nuevas generaciones y los políticos, van a tomar unas medidas u otras. Es importante recalcar y remarcar las experiencias positivas, que nos permitan crear un mundo más justo una vez salgamos de este periodo de encierro. Un mundo donde la sanidad pública esté al alcance de todos, bien dotada de recursos materiales y personal, para poder protegernos en pandemias por venir (que vendrán). Un mundo donde los gobiernos aprendan a colaborar en vez de competir entre si (por ejemplo, el caso del gobierno norteamericano no comprando materiales médicos para los Estados que lo forman, haciendo que estos compitiesen entre si en subastas para comprar esos materiales). Un mundo, al fin, donde todos podamos entender que somos piezas entrelazadas con las vidas de todos los que nos rodean… y que el concepto rodear es, hoy en día, prácticamente una escala planetaria.

Vivimos en un mundo pequeño, como dice la canción clásica de Disney, y que nos vaya bien o nos vaya mal depende de aprovechar situaciones como esta crisis del coronavirus para poder extraer las lecciones correctas y la energía para tomar las medidas necesarias. Si narramos esta crisis como una historia de cínicos y desalmados, ese cinismo calará y el pesimismo con él llevará a que no se haga nada por cambiar nada. Si narramos esta historia como una serie de sacrificios de mucha gente por el bienestar de los demás, por la empatía y la responsabilidad, entonces surgirán una colección muy distinta de medidas que se alimentarán de esos para construir herramientas que permitan fortalecer esos lazos. Si es una crisis por culpa de los inmigrantes y donde nuestros pobres Estados se han visto amenazados por el exterior, una nueva serie de barreras surgirán. Y así con todos los discursos que hay flotando en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las conversaciones en torno a la mesa.

Porque al final, los seres humanos somos una colección de historias que nos contamos de nosotros mismos y de lo que vivimos. Y qué historias contemos, nos construyen a nosotros y las sociedades que creamos.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas del relato que se está haciendo del coronavirus?

PD: muchas gracias a mi madre, Marta Bruna, pues fue en una genial conversación con ella que se me ocurrió todo este post.

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