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Reflexiones personales

La construcción social de la belleza y el concurso de Miss/Mr España

Imagen de la belleza femenina al final del concurso de Miss España 2011.
Imagen de la belleza femenina al final del concurso de Mis España 2011

Hace unos días me entrevistaron para las noticias de Antena 3 en torno a esta cuestión, de modo que hoy pongo por escrito un poco el discurso completo. Y para ello debemos comenzar con que, como a menudo ocurre, la belleza es un valor social. Hay estudios que muestran, por ejemplo, que la gente bella recibe penas de prisión más bajas que la gente que no lo es y comete el mismo delito.

Sin embargo, como todo valor, este se construye socialmente. Por ello, los conceptos de belleza cambian según el tiempo y el espacio, adaptándose a cada sociedad. Así, no son iguales la belleza que encontramos en la portada de una revista de moda, que las que pintaba Rubens en el siglo XVI, o las que describe Poe en el XIX. Pero todas, independientemente de su momento histórico, comparten el beneficio de generar una enorme deseabilidad social: todo el mundo quiere ser atractivo y estar rodeado de gente y cosas bellas.

Pero como lo que se considera bello cambia con el tiempo, la belleza se convierte en un relato social. Una narrativa que asigna una serie de características a la belleza de cada uno de los colectivos que componen la sociedad. Puede ser que guste más para las mujeres un color de pelo u otro, o que los hombres deban vestirse según esta o aquella moda, o que la subcultura gótica valore como bello ciertos tipos de maquillaje. Todo esto son ejemplos, pero muestran como la belleza varía según los distintos colectivos de la sociedad la aprecian y la sienten de modo distinto.

Y, por tanto, se exigen cosas distintas a cada uno de ellos para ser bellos. Para mantener el discurso sencillo, en esta ocasión vamos a limitar el debate de la belleza a dos géneros (masculino y femenino), dejando de lado los otros géneros (y la polémica por ejemplo en torno a la victoria en el certamen de Ángela Ponce), las subculturas y demás. La imagen de la belleza socialmente dominante varía para ambos géneros, en parte por una diferencia biológica insalvable: el cuerpo masculino y femenino es diferente. Esto hace que lo que en uno resulta atractivo, puede no serlo en el otro, de modo que se construyen arquetipos diferentes de lo que hombres y mujeres deben hacer para ser bellos.

Imagen de la belleza masculina al final del concurso de Mr. España 2015
Imagen de la belleza masculina al final del concurso de Mr. España 2015

Como hay una narrativa distinta para la belleza de ambos grupos, se exige a sus miembros distintas características. Características que, al mismo tiempo, se encajan en una distribución de género mucho más amplia que determina cómo debe comportarse cada uno de ellos en todo momento y cómo ser un miembro destacado de tu género. Así, no solo difieren en sus conceptos de belleza, sino que los arquetipos de un hombre y una mujer son distintos socialmente, a todos los niveles. Y, por ello, se les exigen cosas distintas a todos los niveles.

Vayámonos un poco atrás en el tiempo. Si viajamos al principio del siglo XX, encontraremos que de la mujer se espera que se cuide y esté guapa para su marido, que atienda la casa y los niños, sea sumisa ante su pareja, etc. Por otro lado, a la hora de juzgar el atractivo del hombre, se basa más en la elegancia y va unido a elementos como tener un buen sueldo, proveer a tu familia de lo que necesitan, tener una personalidad más autoritaria, tener un papel público relevante, etc. Obviamente, estoy generalizando de un modo exagerado para mostrar el argumento claramente.

Pero, como se ve en esa diferencia exagerada, en la belleza femenina juega un papel mucho más importante el aspecto físico (la ropa, el corte de pelo, etc.) que en la masculina (donde el éxito laboral pesa mucho). Y ahí está el juego y el debate en torno a la belleza. Al ser socialmente construida, la belleza otorga una serie de beneficios a ciertos sectores de la sociedad. Al hacerlo, la belleza se convierte en algo deseable, algo a lo que aspirar, por toda la sociedad, que mira en su interior cómo se puede ser bella: hay que ir al gimnasio, cuidar el cuerpo, vestirse de ciertas formas, hablar de cierta manera, tener cierto tipo de personalidad…

Y aquí es donde el concurso de Miss España y otros del estilo juegan un papel socialmente relevante. Al ser difundidos por los medios de comunicación (igual que cuando se retransmite la alfombra roja de unos premios de cine y los periodistas van comentando los atuendos y looks de los actores y actrices), estos concursos se convierten en un escaparate de lo que se considera belleza. Y no solo son un escaparate visible, como puede ser una pasarela de moda, sino que además se retransmiten con fuerza a una parte amplia de la población, que recibe el mensaje de qué se considera belleza y lo integra dentro de sus cánones ya establecidos, al ser emitidos en horario de máxima audiencia.

Así, se produce un fenómeno de reproducción social de los valores. Como los modelos escogidos para formar parte del concurso son bellos bajo los estándares dominantes, cuando salen en televisión muestran precisamente esos valores. Al reflejarlos, los espectadores reciben el mensaje de que eso es bello, de modo que refuerzan esos valores. La siguiente vez que haya un concurso similar, esos cánones reforzados determinarán quien puede participar, que a su vez lo volverá a reflejar una y otra vez en un bucle de reproducción social de valores dominantes.

Al hacerlo, otras narrativas en torno a la belleza son acalladas. Esto se debe a que la sociedad solo puede tener un conjunto de valores dominantes para cada categoría socialmente válida, de modo que todas las posibles alternativas están en conflicto en un intento socialmente gestionado de llegar a ser hegemónicas. Imaginemos que una categoría de belleza es “color de pelo en una mujer española”, en esa categoría compiten el rubio, el moreno, el pelirrojo, el peliazul, etc. todos por ser el color que se considere el más bello, el hegemónico. Y en cada momento, solo puede ser uno, que estará más “de moda”.

Y como muestra ese ejemplo, cada categoría varía según las distintas personas a las que se aplica. No es igual la elegancia en una mujer, que tiene que ver con el vestido de noche, el juego con la joyería, el escote, los complementos, el maquillaje… que la elegancia en el hombre, que tiene que ver con el traje, la postura, la barba, etc. Mostrando así una desigualdad de género que se transmite a todas las facetas de las identidades que hay detrás de esas dos apariencias bellas.

Portada de la revista Cosmopolitan, mostando cómo la belleza va atada a otros valores sociales como la sexualidad, o la identidad.
La construcción de cómo queremos ser incluye qué aspecto debemos tener como elemento destacado.

Por supuesto, como las modas, estos valores van cambiando con el tiempo. Algunos cambian de modo rápido, otros tardan mucho más en cambiar. Y, mientras tanto, esos valores seguirán en conflicto intentando imponerse. A lo largo de todo ese conflicto entre valores, la identidad de los ciudadanos se va fraguando y cambiando, en la medida en que esos valores son integrados en sus narrativas de vida individuales. “En las revistas de moda siempre salen chicas rubias, así que eso muestra que las chicas rubias son más guapas que las morenas” podría pensar alguien, reflejando así cómo integra en su interior esos valores mostrados públicamente.

Entonces, belleza siempre va a haber. Siempre habrá una serie de características que consideremos atractivas, por ridículas que sean. Pero en este conflicto eterno se juegan posiciones de respeto y poder en la sociedad en su conjunto, así como en la distribución de roles en la misma. El stiff upper lip británico, que se puso de moda en el siglo XIX, implicó que hablar sin mover el labio de arriba era bello; esto ocultaba un conflicto social mayor y más importante: aprender a hablar sin mover ese labio requiere un montón de tiempo y trabajo, algo que solo puede dedicarle alguien de una clase que no necesita trabajar; era, así, un elemento de distinción de clase, una muestra de poder y de la ociosidad del que podía hacerlo. La belleza, escudaba así y reforzaba el poder de la riqueza o los títulos nobiliarios.

Teniendo en cuenta, por ello, que belleza siempre va a haber, lo que es relevante es luchar socialmente por construir unos modelos de belleza con los que estemos de acuerdo y sean socialmente beneficiosos para la mayoría de la población. Si hay que elegir un valor para “peso ideal”, por ejemplo, debemos escoger que lo bello sea un peso que no anime a los adolescentes a inclinarse por la anorexia o la bulimia. Y debemos escoger valores de belleza que vayan más allá únicamente del cuerpo, para construir una narrativa de la belleza más compleja, rica e igualitaria.

Y es que para mucha gente, atributos como la inteligencia, el tener una buena conversación, la risa, etc. son atributos que definen la belleza de una persona y su atractivo. Y, sin embargo, cuando vamos a un concurso de Miss o Mr España, lo que vemos es que esos valores no pesan a la hora de juzgar quien es el vencedor del concurso, sino que la ganadora será aquella que esté más guapa en el vestido de noche. Y si esos son los valores que se reproducen con fuerza, seguiremos teniendo situaciones donde eso es lo que los niños y niñas aspiren a ser de mayores.

Lástima que no consideremos bello que sean matemáticas o humoristas, sino que posean una bonita carcasa independientemente de lo que haya debajo de ella. Para cambiar esto, que como todo siempre es posible, es necesario que nos esforcemos por generar un cambio social en torno a lo que consideramos bello y deseable.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la construcción social de la belleza?

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