Categories
Reflexiones personales

La Efectividad de las Manifestaciones

Desde el siglo XVIII-XIX, el modelo de lucha de los ciudadanos contra el poder ha cambiado radicalmente. Se abandonaron las revueltas campesinas contra el señor feudal local y en su lugar se sucedieron las revoluciones; y, tras estas, en regimenes democráticos, la herramienta principal de la lucha obrera (la primera de las grandes luchas, a las que luego se unirían otras como la feminista o contra la segregación racial) fue la manifestación. Y sus éxitos se sucedieron de tal manera que, a estas alturas, parece el modelo perfecto de lucha en todos los campos, y casi se ha vuelto no sólo el hegemónico sino el unico. Sin embargo, una conversación esta tarde con Marta Lizcano y Miguel Ángel Cea me ha dado ganas de escribir acerca de este tema porque… ¿sigue siendo un método de lucha válido en el siglo XXI?

Como suele ocurrir, la respuesta a esta pregunta es más complicada de lo que suele parecer a simple vista, porque el modelo de huelga se ha extendido y modificado mucho con el tiempo. Sin embargo, si se me pregunta por una respuesta directa, mi respuesta innegablemente es que no. ¿Por qué? Básicamente, la huelga funciona porque demuestra el poder de la sociedad a través de hacerle daño a alguien de quien se quieren ciertas concesiones (mejores horarios laborales, mayor seguridad en el trabajo, etc.). Es un uso de la fuerza, civil en este caso, contra un poder hegemónico. Pero para que exista esa fuerza deben darse dos circunstancias que no siempre se dan:

La primera circunstancia es que alguien tiene que sufrir pérdidas con esta huelga. Cuando los trabajadores de una empresa entran en huelga, esta deja de producir, lo cual implica enormes pérdidas monetarias para sus dueños y accionistas. Así, si estos quieren recuperar sus beneficios económicos deben negociar que la gente vuelva al trabajo, o continuarán perdiendo el dinero con máquinas paradas y producciones que no son llevadas a las tiendas. Es un coste muy claro y muy directo: yo no trabajo hoy, tú no cobras tus ganancias de hoy.

La segunda circunstancia va vinculada con la anterior: debe existir una dependencia del que tiene el poder con respecto a quienes están en huelga. En el caso de una fábrica, si la mano de obra es fácilmente sustituible (porque hay mucho paro y se requieren operarios sin cualificaciones específicas), lo que se produce es una capacidad de negociación muy baja porque en el fondo la amenaza del despido masivo es muy real. En cambio, si no existe paro o los trabajadores requieren estudios y conocimientos muy específicos, sustituir a los empleados no es tan sencillo, de modo que la necesidad de sentarse a negociar con estos una solución es mucho mayor.

Otros factores pesan también, pero estos dos son los principales.

Veamos un ejemplo reciente: las huelgas sectoriales más exitosas de estas dos últimas décadas solían ser aquellas que protagonizaban los controladores aéreos en navidades. Unían por un lado pérdidas masivas a las empresas (aviones que no despegaban o lo hacían menos frecuentemente, retrasos, etc. que animaban a los viajeros a usar medios alternativos) con un personal muy cualificado y especializado difícil de sustituir (y menos, de sustituir a tiempo). A mayores, crean malestar ciudadano como bonus añadido, ya que las protestas de la gente se unen a la presión, ya que obligan a que la gente negocie a toda velocidad para no perder imagen. Y se producían en un colectivo muy concienciado de ser una clase en común con intereses comunes, lo cual se notaba por la falta de necesidad de uso de piquetes para convencer a los miembros de que participasen.

Y esta es una pieza clave. Ya hemos hablado mucho de la imagen de marca, de la legitimidad y de muchos otros valores sociales en el blog. La presión ciudadana para que se solucione un problema puede ser un incentivo muy destacado para conseguir que se solucione.

Con todo esto dicho, casi daría la sensación de que, en pleno siglo XXI, el modelo de huelga seguiría siendo predominante e inevitablemente eficaz. Sin embargo, desgraciadamente, no es cierto para todos los casos y situaciones.

En muchas ocasiones, las huelgas no causan perjuicios a aquellos que tienen el poder, por ejemplo, o los perjuicios son diferidos. Una huelga en los hospitales públicos, por ejemplo, no afecta a la sanidad de los ricos (que usan hospitales privados) y aunque causa pérdidas de imagen al Gobierno, si las elecciones no están cercanas estas pérdidas de imagen pueden ser paliadas con medidas posteriores que mejoren la imagen o simplemente por el olvido de la sociedad civil.

Incluso, se usan a menudo las huelgas en ocasiones en que los que van a la huelga son los perjudicados realmente. Es el caso de las huelgas en educación, por ejemplo. Los que salen perdiendo de estas son los estudiantes que no están recibiendo las lecciones que han pagado, porque el Estado ya ha cobrado la matrícula y va a pagar el mismo coste independientemente de que los alumnos vayan a clase o no. De modo que la capacidad de presión sobre el aparato estatal para que introduzca reformas es nula, a ellos no les importa que los alumnos vayan o no a clase.

Pero, ¿y la huelga general? Aquí estamos hablando de la bomba nuclear de las huelgas y la lucha de clases y, hoy por hoy, sigue siendo enormemente efectiva. Al fin y al cabo, se paraliza buena parte de toda la economía de un país, causando pérdidas millonarias a los dueños, a la vez que se daña muy seriamente la imagen del gobierno y su legitimidad. Pero, ¿se puede ir a una huelga general cada vez que es necesario negociar algo? Desgraciadamente, es una medida demasiado vasta y grande como para recurrir a ella con frecuencia, ya que no sólo implica pérdidas para los ricos sino un empobrecimiento de todo el país, un daño a la imagen de este, así como otras dificultades añadidas (posibles conflictos, detenciones, etc.). Es una bomba, no el bisturí que demasiado a menudo es necesario.

¿Qué queda entonces? La huelga sigue siendo una herramienta muy útil en la lucha de la sociedad civil contra el poder por una razón nueva, diferente a las que tradicionalmente le dieron sentido: introduce un tema en la agenda política y lo hace con bombo y platillo. De pronto, la prensa se llena de noticias al respecto, a los políticos se le exigen respuestas sobre el tema, etc. Sin embargo, introducir un elemento de modo momentáneo en la agenda pública no es suficiente, hace falta mantenerlo ahí, para lo cual hace falta el peso de una sociedad civil politizada y capaz de organizarse en movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales. Ellos pueden mantener el tema activo mucho tiempo después de que la manifestación y la huelga hayan terminado, y presionar con la legitimidad obtenida en esa manifestación.

Sin embargo, aún con el creciente poder de la sociedad civil y la legitimidad que una huelga le puede dar, esta sigue siendo ineficaz para abordar muchos de los problemas de la sociedad. Para un siglo XXI nuevo se exigen nuevas herramientas de la sociedad civil para poner presión sobre el poder que se ajusten a las nuevas opciones que tiene el poder para contrarrestarles: scraches, aparición y legitimación de discursos alternativos, deslegitimación de las instituciones tradicionales, medidas legales novedosas… y muchas que, probablemente, aún están siendo inventadas.

Necesitamos de todo eso si queremos poder enfrentarnos al poder del siglo XXI. La huelga, hoy por hoy, demasiado a menudo es interesante pero claramente insuficiente.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas de la huelga?

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.