Tras los dos últimos posts dedicados a Grecia y el miedo que nos quieren inculcar a raiz de los eventos producidos allí, hoy toca volver a avanzar con la saga de posts sobre el cambio y el futuro. En el primero abordé cómo el mundo se encuentra en el borde del cambio por múltiples razones y cómo hemos de aprovechar la coyuntura para una reforma política en profundidad; y, en el segundo, abordé las reformas que requiere la sociedad civil y su encaje en el nuevo mundo que se nos viene encima.
Sin embargo, de nada sirve abordar los cambios en la ciudadanía y su papel político si, a cambio, no se reforman las instituciones. Y a eso le corresponde el post de hoy, a un conjunto amplio de reformas institucionales que son necesarias para que España (y cualquier otro país que no las haya hecho de momento) entre en el siglo XXI. ¿Qué cambios institucionales son necesarios para consolidar una verdadera democracia?

El Gobierno mueve sobres llenos de dinero sin que nadie pueda hacer nada. La Iglesia tiene Cardenales que se envenenan unos a otros y desfalcan dinero del Banco Vaticano. Las empresas se mueven a paraísos fiscales. Y esto todo y más, ¿cómo se detiene? La clave para ello es lo que en inglés se llama accountability, que podría traducirse como “rendir cuentas” y que significa, a grandes rasgos, que haya alguien ante quien todo el mundo tenga que responder.
Que en cualquier sociedad existen débiles y poderosos es algo que todos sabemos. Lo hemos visto en las películas, en los libros de historia, en las novelas… Sin embargo, ese poder no siempre se ha repartido de la misma forma. Si tomamos la visión foucaultiana del poder, este se encontraría repartido en distintas cantidades en todos los miembros de la sociedad, de modo que es de sus continuas interacciones y cesiones de poder de donde surgen las estructuras sociales que reconocemos como poderosas. Por su parte, Bourdieu diría que el se encuentra en cada campo social, donde los distintos actores presentes tienen distintas cantidades de capital y, con ello, una posición más central o menos en la estructura del campo. Pero dejemos de lado, de momento, esas visiones más estructurales y difusas del poder, y centrémonos en la historia del poder político.