El Islam es, ante todo y en primer lugar, una religión. Y, como tal, tiene una serie de características entre las que destaca el hecho de ser una religión monoteista (y como toda religión de este tipo, poseedora de la “Verdad Definitiva”); sin embargo, a diferencia del Cristianismo, el Islam se constituye sobre la base del respeto a las demás Gentes del Libro y sus verdades (al menos en teoría). Es, además, una religión descentralizada, careciendo de autoridades últimas y definitivas sobre el Corán (igual que el Judaísmo y al contrario que el Cristianismo), lo que ha llevado a la aparición de múltiples y muy diferentes sectas dentro del mismo, con perspectivas diferentes sobre cosas tan importantes como qué libros son sagrados.
Sin embargo, esta religión basada en el respeto y la búsqueda interior de Allah sufrió la misma perversión que el Cristianismo primitivo y pacífico: llegó a manos del Poder. Esto llevó a que, a medida que las tribus árabes se unían bajo la bandera del Islam, este fuese adquiriendo una proyección exterior cada vez mayor que llevó a la Yihad (la cual, en teoría, el Corán define como la Guerra Santa Defensiva) y a la conquista del norte de África y España. Aún tras el final de la Reconquista, en el siglo XV, el Islam continúa constituyendo un poderoso bloque político en el mundo con la conquista de Constantinopla y la aparición en escena con ello del Gran Imperio Otomano, que duraría hasta aproximadamente la Primera Guerra Mundial.
Fue durante esta larga época de oro, especialmente antes del siglo XIV, que el Islam alcanzó su apogeo cultural con madrazas de gran renombre, avances en la medicina, la astronomía, la cultura cívica,… Durante esta época, la vida social en el mundo árabe era sorprendentemente avanzada, con una muy superior equidad entre hombre y mujer, limpieza, educación, etc. que los bárbaros cristianos. Sin embargo, con su derrota militar y reducción en España, una de las facciones más cultas del Islam fue derrotada, siendo sustituida en la escena internacional por los más belicosos e integristas Otomanos.
Y esa es una palabra clave: integrismo. Los fundamentalistas son aquellos que creen en la importancia de la ley del hombre, siempre y cuando se supedite y no contradiga la divina, y de sus filas salieron numerosos e importantes juristas y sabios. Los integristas, por el contrario, creen que “Allah (o el Dios que sea) no se pudo olvidar nada fuera del Corán que fuese importante (al fin y al cabo es omnipotente e infalible) y por tanto toda verdad y ley debe estar en ese texto”. Obviamente, los integristas son más retrógrados, conservadores y peligrosos (en términos de avance cultural y social) que los fundamentalistas… y son los que se impusieron con el ascenso del Imperio Otomano.
Tras su caída (principios del XX), y la división del mundo entre democracia, comunismo y fascismo, el Islam se vio abocado a jugar un papel secundario en la historia. Su avance y desarrollo pasaba por vincularse a alguna de las potencias del mundo, o en buscar su propia revolución interna (como intentó Turquía). Una de las vinculaciones posibles e interesantes para el Islam era la Alemania Nazi, porque esta era fuerte y sin embargo no tenía intereses expansivos en la zona de influencia islámica (a diferencia de Inglaterra, Francia e Italia), pero tras su derrota en la Guerra esta opción desapareció.
Así que, en un mundo bipolar, al Islam (como a todos) le tocaba escoger entre comunismo (Rusia) y democracia (ahora Estados Unidos, ya no Inglaterra). La historia de la Presa de Asuán, en Egipto, es un claro ejemplo de lo que ocurrió. Egipto necesitaba construir esa presa para prevenir las anuales inundaciones del Nilo, por lo cual contactaron con Estados Unidos para solicitar ayuda económica para el proyecto. Sin embargo, los americanos no se la dieron, ocupados como estaban en consolidar su feudo europeo. Así que se tuvieron que volver hacia Rusia que si que les dio esa ayuda económica
Pues bien, esto fue lo que ocurrió a gran escala con los países del Islam, por lo cual todos fueron basculando hacia el círculo soviético. A mayores, la influencia atea de Rusia fue haciendo más fuertes de nuevo a los fundamentalistas en detrimento de los integristas; además, con las sucesivas independencias de los distintos países árabe respecto de sus metrópolis coloniales (Inglaterra y Francia sobretodo) fue llevando a que apareciese un sentimiento de unidad de los musulmanes por encima de su nacionalidad: el movimiento del pan-arabismo.
Esto, a Estados Unidos no le gustó nada, y en su continua partida de ajedrez con Rusia vio un gran peligro en esta situación. Si un país árabe basculaba demasiado hacia Rusia y finalmente caía en el Comunismo, todos los demás lo seguirían por efecto dominó (una teoría muy extendida en la época, aunque fuese falsa). Así que alimentaron, financiaron y dieron poder a los integristas como medio de detener el Comunismo. Con la caída de Rusia y del “peligro” que ella representaba, el problema que quedaba por “solucionar” en Oriente Medio era el pan-arabismo, que se atacó del mismo modo que al Comunismo: potenciando a Allah por encima del Estado.
Costán Sequeiros Bruna
PD: La segunda parte de este post se puede encontrar aquí.
Este es el comentario del antiguo blog:
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