A menudo, tenemos la sensación de que nuestro pensamiento puede abarcarlo todo, ir de un extremo a otro del mundo de las ideas y ver todos los conceptos y nociones que en él existen. Articularse, responder y negociar con todos ellos, integrarlos y aprehenderlos (y aprenderlos de hecho) para ampliar nuestro conocimiento, porque la mente es libre de toda limitación exterior (no puede ser detenida por la policía o cuestionada por nuestros amigos si no compartimos nuestras ideas).
Sin embargo, esta es una falacia habitual que construye la episteme (en términos de Foucault) en la que vivimos. Hay muchas cosas que en las que, en realidad, no podemos pensar y que bien podríamos llamar impensables. Imaginemos que somos trovadores medievales preocupados por nuestra música… probablemente, seríamos incapaces de pensar que sonaría mejor si en vez de un laúd usásemos una guitarra eléctrica, porque las guitarras eléctricas son impensables en el momento porque no existen.

Las culturas de las diferentes partes del planeta están en permanente cambio a lo largo de la historia, a diferentes ritmos según las circunstancias específicas de cada una de ellas. Desde el ascenso de la globalización, estos patrones de cambio se han ido acelerando en gran parte del globo. Esto es en parte debido a que el cambio tecnológico ha ido ganando velocidad también, y con ello impone modificaciones en la sociedad a medida que los nuevos productos tecnológicos se establecen y expanden entre los ciudadanos, ofreciendo nuevas opciones, acciones y riesgos y, con ello, cambiando su forma de ver el mundo.