La Comisión Europea ha iniciado este 60 aniversario del Tratado de Roma declarando parcialmente la guerra a la función callada y subalterna a la que la Alta Autoridad (el antiguo nombre de la Comisión) había quedado relegada en este comienzo de siglo XXI. Y para hacerlo, ha hecho varios movimientos para romper una de las desigualdades fundamentales de la Unión: el hecho de que los beneficios de la misma los Estados se los atribuyen a si mismos, mientras le echan las culpas por las cosas malas. El primer movimiento fue obligar a que los Estados se pronuncien en las comisiones incómodas y el segundo es la publicación del Libro Blanco Sobre el Futuro de Europa, el primero de varios informes que irán saliendo a lo largo del año.
A diferencia de lo que muchos esperaban (para cantar los aleluyas o para maldecir su nombre), en lugar de iniciar el proceso directamente legislativo (al fin y al cabo es su poder como Comisión), lo que ha hecho es crear un debate profundo sobre el futuro de la Unión. Para ello, el informe no da nuevas normas ni elementos concretos, sino que esboza los cinco escenarios que podría implicar el futuro de la UE. No me quiero detener mucho en ellos, así que resumidamente serían: