En 1648 se firmó la Paz de Westphalia y, con ella, se construyó el orden internacional que conocemos. Por encima del humo de los campos de batalla, los lamentos de los heridos y el recuento de los muertos, se ordenó un mundo donde cada país se concebía como un ente independiente de los demás. Cada Estado era el reflejo de la nación que vivía en él y tenía derecho a gobernarse a si mismo como considerase adecuado. Había nacido el concepto de soberanía.
Sin embargo, el mundo en el que vivimos es muy diferente de aquel. La soberanía demostró con el paso de los siglos que era una ficción política, útil pero estéril, ya que se sucedieron las injerencias de los reinos en los vecinos, las invasiones y guerras y otras formas de coacción. Pese a ello se mantuvo la ficción pues era útil, y de hecho la idea de Estados-nación soberanos todavía es una pieza fundamental del ordenamiento jurídico internacional, consagrada como parte del núcleo de la ONU.

La historia de las relaciones internacionales es una historia que empieza antiguo, tan temprano como los primeros imperios porque, tan pronto hubo un “nosotros” nació un “ellos” y, al hacerlo, la necesidad de dialogar con esa otra parte. Al principio, los gobiernos hacían poco en relaciones internacionales, normalmente se limitaban a declarar guerras, favorecer el comercio que pudiese surgir, o enviar emisarios ocasionales. La Hélade, la alianza de las ciudades-estado de la Grecia antigua, fue la primera gran alianza y, con ella, nacieron muchas otras formas diplomáticas como podían ser los juegos olímpicos.