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Distopías y el futuro: ¿por dónde vamos, realmente?

A menudo, se habla de que el futuro será más oscuro que el presente, y cada vez cala más en la sociedad la percepción de que las nuevas generaciones no vivirán tan bien como vivieron las pasadas. A su manera, caminamos por una senda que nos acerca a los futuros distópicos narrados en la literatura y el cine, pero ¿a cual de ellos? ¿A 1984 y su Gran Hermano? ¿A las drogas de Mundo Feliz? ¿O al dominio de las empresas de Neuromante?

En la literatura y el cine, la imagen más utilizada cuando se trata de describir un futuro distópico y negativo es la de 1984. Y es lógico, tememos el ascenso del totalitarismo, la desaparición de los derechos y las libertades, la destrucción del individuo y la sociedad civil. En el fondo, tememos el poder totalitario capaz de destruirnos, y además constituye un buen villano para cualquier novela: enemigo innegable de nuestros valores, personificado en un dictador centralizado, que abusa de sus ciudadanos de modo continuado. Novelas como B1terman (de 2013), por ejemplo usan esta descripción de la sociedad para plantear nuestro futuro distópico.

Sin embargo, el futuro terrible de 1984 en realidad sólo es una sombra del pasado. En gran medida, sólo es el reflejo del Tercer Reich, de las purgas stalinistas, de las denuncias entre vecinos de la RDA. Hoy en día, a menudo es visible en las cargas y represiones policiales, o en la restricción de derechos propia de las leyes antiterroristas norteamericanas. Sin embago, del terror que las sociedades del siglo XX construyeron, pero a la hora de la verdad, el futuro hacia el que caminamos parece que se aleja de este modelo de gobierno totalitario y centralizado, opresor y dominante, para tomar otros caminos, no necesariamente mejores.

El más complejo y único de los tres caminos es el planteado por Mundo Feliz, que nos narra realmente una distopía más terrible que la de 1984: en lugar de destruir al individuo, se lo convierte. En este sentido, es una distopía mucho más insidiosa, porque el villano desaparece; así, Huxley no nos deja a nadie contra quien rebelarnos, todos son sumisos y felices ciudadanos de un sistema que los ha controlado por completo y los ha anulado políticamente.

Si echamos un vistazo al mundo en el que vivimos, y las señales de lo que el futuro podría depararnos, podemos encontrar muchas de las cosas de las que nos habla la novela. Así, a menudo se habla de que los ciudadanos han sido transformados en consumidores, donde el siguiente producto es el que nos proporcionará la felicidad, y tras este el que venga después. Las clases han desaparecido, desdibujadas en una dividida clase media. Así, el sistema nos ha domesticado, y salvo los sectores más críticos y antisistema, la mayoría de los ciudadanos están encantados con ser ciudadanos de un mundo capitalista donde se los utilice, siempre y cuando sean recompensados con suficiente cantidad de servicios y productos (cantidad reducida, ahora con la crisis).

La tercera de las corrientes es la que nos narra el cyberpunk, de la mano de Gibson. Los Estados han desaparecido o se encuentran en retroceso y la sociedad queda en manos del mercado por completo, como si Adam Smith se hubiese vuelto loco. El ciudadano desaparece porque no hay ciudadanía fuera de las corporaciones, y por tanto queda anulado porque no hay campo donde jugar. A mayores, por si fuera poco, se lo sitúa en una situación precaria, mezcla de la inseguridad de 1984 y el control/seducción de Mundo Feliz (no en vano, esta es la distopía más reciente).

Si echamos un vistazo al mundo actual, pronto veremos que el neoliberalismo económico triunfante a partir de la mitad del siglo XX nos acerca en gran medida a esta ficción. Hoy en día, la economía (de la mano de la banca y las finanzas) ya ha copado buena parte de la esfera política, y a menudo se habla de que incluso la ha convertido ya en secundaria, anulando la acción ciudadana. Las corporaciones ya se desentienden de los ciudadanos, dejando su control a un Estado cada vez con más problemas a medida que el Estado de Bienestar es dinamitado desde dentro.

El resultado, por tanto, de la comparación de la realidad con la distopía, nos arroja una historia en la que confluyen las tres dialécticas. No vamos camino de una sociedad dominante y totalitaria, pero el miedo a ella es usado a menudo como disuasorio: es el monstruo al que temer. Mientras tanto, los mecanismos de opresión desaparecen y se vuelven invisibles: nos seducen, nos alienan… y todo sin rostro. Como los mercados.

El sistema no es un ente concreto al que se pueda odiar, son infinidad de piezas conectadas para servir a unos intereses y unas metas, algunos positivos y otros no tanto. Es él el que nos domina, porque lo legitimamos lo suficiente para que pueda hacerlo al dejarnos seducir por sus mecánicas y ser incapaces de encontrar una esfera política donde poder reformarlo. Vamos a tener un futuro que, si no somos capaces de poner bajo nuestras riendas, se mueva entre el cyberpunk y la seducción de Mundo Feliz. Y, probablemente, está mucho más cerca de lo que creemos.

Pero tranquilos, no pasa nada. Se está muy bien siendo beta, sin tener que pensar demasiado como los alfa. Si, nos gusta ser beta, o gamma incluso.

Costán Sequeiros Bruna

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