Si echamos un vistazo atrás al siglo XVIII nos encontramos con que ruedan las cabezas de reyes y poderosos. En el XIX se destruyen fábricas y se montan sindicatos muy duros para luchar por condiciones laborales más justas. Es en el caldo de cultivo de esos fuertes conflictos entre la clase obrera y la clase dominante (y más si añadimos conflictos paralelos como la lucha feminista o contra el racismo) que surge la noción de crear un contrato social que permita garantizar lo que por aquel entonces se llamaba la “paz social”.
La idea del contrato, nunca firmado expresamente pero si presente en las obras de muchos autores, era que entre todos nos encargamos de apoyarnos y construir algo conjuntamente. Y que lo haríamos en la medida de nuestras posibilidades. En Europa, evolucionó más que en Estados Unidos, llegando a la idea de los Estados del Bienestar.


Desde que Marx y otros elitistas escribiesen las distintas teorías sobre las clases sociales que existen en la sociedad, estas han ocupado un lugar central en las movilizaciones sociales, en los discursos políticos, en la esfera de acción de las organizaciones, etc. Ha sido, durante mucho tiempo, el motor de la historia que Marx preveía. Pero hace ya dos siglos que el alemán enunció su teoría, y el tiempo ha cambiado el mundo desde como él lo veía a como es ahora y, con ello, ha desdibujado muchas de las verdades que él había visto y analizado con claridad. No todas, por supuesto, pero ¿qué queda de las clases sociales en el mundo digital y globalizado del siglo XXI?
Te levantas a las siete de la mañana, desayunas y te preparas para estar listo para trabajar una hora más tarde. A las dos se termina la primera mitad del día laboral y tienes una hora para comer antes de regresar para la parte de la tarde. Terminas, agotado, a las cinco, momento en que regresas a casa y te pones algo más cómodo para salir a hacer una hora de jogging. Regresas a casa para charlar con tu pareja algo antes de las siete, pasáis un rato juntos y luego os preparáis para salir a tomar algo y aprovechar que es viernes. Cena en un restaurante a las diez, terminada sobre las once y media, momento de ir a tomar unas copas con los amigos. De vuelta a casa sobre las dos, que ha sido un día largo y toca reponerse. Puede no ser tu vida pero, ¿a que suena familiar?