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Libertad de expresión y la ofensa

OfensaYa he escrito muchas veces sobre el hecho de que la libertad de expresión es un absoluto: o existe o no existe. No hay medias tintas. Tan pronto se dice “esto no se puede decir”, por razonable o pequeño que sea eso, la libertad de expresión muere y la censura toma el control. El problema es que el discurso de lo políticamente correcto se ha convertido en una camisa de fuerza que bloquea lo que se puede decir en una conversación normal, y ahora es incluso motivo para ser perseguido judicialmente como se ha visto en el caso de los titiriteros, o actualmente con la sentencia a Cassandra Vera. La ofensa, el sentirse agredido por lo que otra persona dice, se ha convertido en un arma. Así que, como hemos llegado a los tribunales, echemos un vistazo a la legislación más importante de todas en España: la Constitución.

Artículo 20: Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica. c) A la libertad de cátedra. d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.

El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa. La ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España. Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia. Sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial.

Bien, en resumidas cuentas: que se garantiza toda libertad de expresión, que no puede ser limitada por ninguna censura previa y su límite se encuentra en el derecho al honor, intimidad y propia imagen. Así que vamos al artículo 18:

Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.

Ok, es bastante claro y sencillo, no se puede deshonrar a alguien, violar su intimidad o dañar su imagen. Ya está. Visto así, supongo que sería adecuado que nadie pudiese decir nada. ¿Por qué? Porque es inevitable que cualquier cosa que digas pueda ser una ofensa al honor de alguien si nos ponemos tiquismisquis. Esto se debe a que vivimos en una sociedad donde buena parte de los sectores privilegiados (la gente blanca y del primer mundo en especial, y más los hombres heterosexuales) han aprendido que ser “excluidos sociales” puede ser socialmente exitoso si se es un excluido por motivos irrisorios, de modo que es muy fácil sentirse ofendido por cualquier cosa como excusa para poder hacerse las víctimas, llamar la atención sobre si y poder ganar posición y visibilidad social. Ser alguien privilegiado y pasar sin embargo como víctima renta y sirve además para invisibilizar a las víctimas reales de las muchas exclusiones y desventajas sociales que existen en nuestra estructura social.

ofensa y Andrea FabraBien, ahora demos un paso más. No solo se trata de que rente ser alguien desposeído de privilegios como arma contra los demás, sino que importa más ser alguien ofendido de ciertas ideologías que de otras. Si alguien, hipotéticamente, dijese en el Congreso de los diputados “que se jodan” los que opinan que Carrero Blanco fue un buen tipo, entonces habría un drama; en cambio, si los que deben joderse son los parados a los que se les van a quitar prestaciones sociales, da igual que Andrea Fabra lo diga en el Congreso y quede grabado porque los parados no tienen los mismos derechos que los muertos, aparentemente, al menos al honor. Así, la derecha tiene el control de los tribunales (gracias a su control del gobierno) y los usa como un arma política en todas las esferas que puede, desde el conflicto de Cataluña a tratar de que dimitan los miembros de Ahora Madrid por chistes en twitter hechos años antes de la carrera política como le pasó a Zapata, etc. Eso si, no pasa nada si Rafael Hernando dice que “las familias de las víctimas del franquismo solo se acuerdan de sus familiares cuando hay subvenciones” y no pasa nada, porque meterse con los perdedores de la Guerra Civil está bien, lo malo es meterse con los ganadores de la misma. Los perdedores no tienen poder, da igual que se les ofenda, lo que importa son las ofensas a los que si lo tienen.

Así que el control de los tribunales ha hecho que estos se politicen, gasten recursos en casos de ninguna importancia (aunque están sobrecargados tras recortes y métodos arcaicos como la falta de digitalización) cuando casos importantes con sumarios inmensos son manejados con falta de tiempo y recursos (no, que va, no estoy mirando hacia vosotros infinitos casos de corrupción del PP, ¡es solo casualidad que mire en esa dirección!). Que el gobierno quiere anular lo máximo que pueda al Congreso no lo hace igual que Maduro que anuló su Parlamento hace unos días, sino que simplemente están usando la potestad constitucional mal interpretada, que sin embargo quieren que les garantice un Tribunal Constitucional que ellos mismos controlan… como véis, absolutamente diferente lo uno de lo otro, nada que ver que fuera el Tribunal Supremo de Venezuela el que anulase el poder del Parlamento del país, ni punto de comparación. Pero nada, en serio, nada de nada, no penséis mal, que Rajoy lo hace por nuestro bien.

Por tanto, debajo de los límites a la libertad de expresión se encuentran dos juegos distintos pero complementarios. Por un lado, el juego de gente privilegiada que, para intentar ganar poder, visibilidad, etc. deciden buscarse alguna forma de carecer de privilegios en conversaciones para poder anular a sus contendientes (usan así la ofensa que han sufrido como un medio para ganar cualquier discusión, como si ser ofendido fuese automáticamente señal de tener razón); y segundo, es un juego de control institucional a la hora de confeccionar los discursos y diálogos que se pueden tener políticamente en una sociedad, condicionando por el camino la voluntad y opinión de los electores y la sociedad en su conjunto. En buena medida, limitar la libertad de expresión es una herramienta muy eficaz para controlar una democracia y que deje de serlo… pero claro, la nuestra nunca fue realmente una democracia sino una partitocracia, así que todo sigue en orden.

ofensaDe este modo, a través de ambos mecanismos, se controla lo que se puede decir en nuestra sociedad sin sanción ni miedo; al condicionarse esto, inevitablemente lo que surge es un estado de opinión público que ha cambiado, porque las opiniones dispares con el mismo deben ser acalladas, de modo que no se difunden de igual modo ni rapidez. Así, se impone a la fuerza la ideología de los sectores en el poder, porque no se pueden defender las opositoras. Es el comienzo sencillo de una censura que acerque la sociedad a un mundo controlado desde el poder de los que mandan, un paso más cerca de una dictadura real.

Por todo ello, entender la libertad de expresión en términos de ofensa, de molestia o de problemas es equivocado. El único límite de la libertad de expresión debe ser lo que cada uno quiera decir. Esa es la libertad, que cada uno deberá desarrollar en su vida con responsabilidad, como el resto de libertades. Si alguien dice algo con lo que no estamos de acuerdo o que nos ofende, la respuesta no debe ser una sanción económica, una pena de cárcel, etc. sino que debe ser responder usando nuestra propia libertad de expresión para confrontar públicamente sus ideas y cambiarlas o, al menos, participar en los debates políticos y sociales en torno a los valores de nuestra sociedad. No se protege ni defiende el honor de nadie callando a la gente, eso solo crea censura, se lo protege y defiende saliendo a hablar a su favor, por ejemplo, y contrastando las críticas con hechos veraces que el otro esté ignorando, tergiversando o cambiando.

Al final, la respuesta al dilema de los límites a la libertad de expresión sigue siendo la vieja cita a menudo atribuida a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.

Costán Sequeiros Bruna

Y tú, ¿qué opinas sobre los límites de la libertad de expresión y la entrada de los tribunales en la misma?

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