A menudo, tenemos la sensación de que nuestro pensamiento puede abarcarlo todo, ir de un extremo a otro del mundo de las ideas y ver todos los conceptos y nociones que en él existen. Articularse, responder y negociar con todos ellos, integrarlos y aprehenderlos (y aprenderlos de hecho) para ampliar nuestro conocimiento, porque la mente es libre de toda limitación exterior (no puede ser detenida por la policía o cuestionada por nuestros amigos si no compartimos nuestras ideas).
Sin embargo, esta es una falacia habitual que construye la episteme (en términos de Foucault) en la que vivimos. Hay muchas cosas que en las que, en realidad, no podemos pensar y que bien podríamos llamar impensables. Imaginemos que somos trovadores medievales preocupados por nuestra música… probablemente, seríamos incapaces de pensar que sonaría mejor si en vez de un laúd usásemos una guitarra eléctrica, porque las guitarras eléctricas son impensables en el momento porque no existen.

Mirad a vuestro alrededor y veréis las paredes rojizas y vibrantes del útero materno. Al ritmo del corazón del cambio, nos alejamos de lo conocido para adentrarnos en lo desconocido. Tras nosotros, el viejo mundo yace agonizante tras los golpes que derribaron el Muro de Berlín y las protestas que despertaron a una sociedad civil que se movilizó desde Mayo del 68 a la Primavera Árabe y la Indignación.