
La imagen más habitual de cómo se produce la muerte de una democracia suele tener que ver con un general inspirado, que saca los tanques a las calles y da un golpe de estado. Ejemplos de esto hay numerosos, desde Franco en España a Pinochet en Chile. Sin embargo, aunque el final pueda ser por medios militares, la realidad es que esas democracias ya estaban heridas de gravedad antes de los eventos que llevaron a su final.
La democracia, como sistema, es al mismo tiempo muy fuerte y muy frágil, y ambas cosas por la misma razón: la legitimidad. La legitimidad, si lo resumimos mucho, es el conjunto de razones que llevan a que la población de un Estado acepte que el gobierno que tiene en un momento dado es válido y aceptable. Sea por motivos tradicionales o motivos legales, porque ha sido elegido por el pueblo o cualquier otra razón, la legitimidad es clave para todo sistema político si no se quiere estar enfrentando a continuas revueltas y disturbios.


Dice el viejo dicho romano que para tener tranquilo al pueblo es necesario darle pan y circo. Y es una verdad que la historia ha demostrado muchas veces, si le das pan (osea, cubres sus necesidades básicas) y circo (entretenimiento), las ganas de revuelta se disuelven. Literalmente, compras felicidad de los súbditos y, al hacerlo, ganas en paz social y aprobación. En cierta medida, esa es la razón de que el Estado de Bienestar tenga tanto apoyo, porque el conjunto de la sociedad trata de conseguir que la mayor parte de la población tenga, como mínimo, el pan en un esfuerzo conjunto de todo el país.
En su momento ya hablamos de la 
Una vez más, Black Mirror regresa con su reflejo duro y descarnado de la realidad. Ya hable de los tres primeros capítulos en su