La confianza se encuentra en la base de cualquier relación exitosa. Cualquiera que haya tenido una pareja sabe lo importante que es la confianza mutua para discutir las cosas, para luchar contra los celos, etc. Pero es una cuestión que no sólo se da en las parejas, sino en todos los campos: la amistad se basa en la confianza en que el otro no se aprovechará de uno para hacernos daño, la familia igual, etc.
Pero, si eso es así a nivel micro de nuestras vidas personales, no lo es menos cierto a nivel macro, del conjunto de la sociedad. El buen funcionamiento de una sociedad depende de la capacidad de crear confianza entre sus miembros, por diversos medios. Antiguamente, por ejemplo, se recurría al honor como medio de generarla, ya que si todo el mundo era honorable podías fiarte de ellos. O la religión, con sus mandamientos.

Estás tranquilamente reunido con tus amigos o con las compañeras del trabajo, tomando una caña afablemente en una terracita. Y de pronto comenzáis a contar chistes, y uno cuenta uno muy bueno que es racista, sobre gitanos, o negros o lo que sea. Todos os desternilláis, todos menos una. Y la miráis mal, porque se está tomando en serio algo que no lo es. Al fin y al cabo, vosotros no sois racistas, y el chiste sólo es eso, un chiste.
Es muy habitual, en los debates de la televisión o en el bar, e incluso en conferencias doctas y discursos políticos, escuchar frases del estilo a “como todo el mundo sabe…” o “como todo el mundo cree…”. Pero lo cierto es que estas son un artilugio demagógico que sólo sirve para intentar ganar peso en las afirmaciones que uno hace. Así, se basan o bien en el sentido común compartido por todos (que se equivoca con una sorprendente frecuencia) o bien en la percepción de esa persona.