
Para llegar a la intersubjetividad, vamos a tener que dar un pequeño rodeo primero. Empecemos con la Realidad, así con mayúsculas. Dejemos de lado las complicaciones filosóficas que plantea la física cuántica en cuanto a la existencia de una Realidad y partamos del consenso de que existe. Aunque no haya nadie en las cercanías, nuestra cocina sigue estando ahí con sus muebles, herramientas y demás. La Realidad es objetiva, existe por si misma y siempre de la misma manera.
Pero los seres humanos no operamos en base a la realidad, sino a nuestra percepción de esa realidad. Dos personas ante un mismo cuadro, por ejemplo, tendrán experiencias distintas en base a si les gusta o no esa pintura: aunque la realidad es la misma (el cuadro) la percepción de la gente en torno a esa realidad no lo es. Cuestiones como los gustos estéticos modifican la percepción que cada persona tiene de la realidad, creando un espacio subjetivo.



La mente humana funciona sobre una base de prejuicios y prenociones que articulan el mundo a su alrededor. Ideologías, comentarios, experiencias… todos ellos se entremezclan en cada una de nuestras mentes para construir un decálogo de cómo es el mundo que nos rodea y cómo debemos reaccionar a lo que ocurre, lo que está bien o mal y cómo son las personas que lo habitan. Estos prejuicios, sin embargo, no se basan en la realidad del mundo, sino de nuestra experiencia concreta del mismo.
El post de hoy es en respuesta a la
Es muy habitual, en los debates de la televisión o en el bar, e incluso en conferencias doctas y discursos políticos, escuchar frases del estilo a “como todo el mundo sabe…” o “como todo el mundo cree…”. Pero lo cierto es que estas son un artilugio demagógico que sólo sirve para intentar ganar peso en las afirmaciones que uno hace. Así, se basan o bien en el sentido común compartido por todos (que se equivoca con una sorprendente frecuencia) o bien en la percepción de esa persona.