A menudo, es fácil pensar que el dinero mueve el mundo, de modo que los países más poderosos son directamente los más ricos. Al fin y al cabo, el país más poderoso del mundo es Estados Unidos, y también tiene el mayor PIB del mundo, con lo cual parece que funciona (18 billones de dólares según el FMI en 2016). Sin embargo, si tenemos en cuenta que ahí pesa mucho el factor demográfico, en realidad Estados Unidos no es sino el décimo país más rico en términos de PIB per cápita (59 mil dólares por cabeza estima el FMI para 2017). Por encima estarían países como Catar, Luxemburgo o Singapur, países cuyo poder global es claramente inferior al norteamericano.
Lo que ocurre entonces no es que el dinero no importe, sino que hay muchas otras cosas de importancia a la hora de determinar el poder global de un país en el mundo. La primera de ellas va implícita en el párrafo anterior: la demografía. Uno de los principales recursos que tiene cualquier país es la población que lo habita, y cuanto mayor sea esta más cantidad de trabajo, innovación y genialidad puede realizar ese país. Al fin y al cabo, si el tiempo es igual para todos los Estados, lo que importa es cuánto trabajo se puede realizar en ese tiempo y la demografía es clave para ello.



Desde hace muchos siglos, los gobiernos, Reinos y Estados han dedicado infinidad de esfuerzos a contar cuantos habitantes tenían sus territorios. Hoy en día contamos con censos muy acertados de las poblaciones más estables de muchos países del mundo y, aunque la inmigración ilegal/oculta pueda distorsionar la imagen, el resultado sigue siendo una imagen bastante acertada de la población del mismo. Y a raiz de esta imagen han sonado numerosas alarmas en todas partes, alertando de los riesgos que plantea la demografía para nuestras sociedades como las conocemos. Pero, ¿cómo puede ser que haya riesgos simplemente por el número de habitantes?
Un amigo me pidió que, a la vista de que esto es un conflicto actual, abordase el tema en el blog. Así pues, vamos allá. Si echamos un vistazo a la pirámide poblacional de cualquier país del primer mundo, y España entre ellos, veremos que tenemos una población por un lado envejecida y, por otro, cada vez menor. La gente, ante las dificultades económicas y la complicación a la hora de compatibilizar la labor de ser padres con las carreras profesionales, cada vez opta más por tener pocos hijos, de modo que no se alcanza la tasa de reproducción (dos hijos por pareja). El resultado, sin sorpresa, es que el primer mundo envejece y pierde población a toda velocidad, lo cual supone un problema importante para el buen funcionamiento de sus sociedades y economías. Pero no sólo el primer mundo lo hace, sino que gran parte de los países en vías de desarrollo (como China, o Rusia) también han avanzado bastante en este proceso, comunmente llamado la transición demográfica.
Hoy toca compartir un