El poder está en todos nosotros, cada uno tiene una cierta capacidad de agencia a la hora de condicionar el mundo en el que se mueve. Sin embargo, hay aquellos que tienen mucho más que otros y estos son los que tienen acceso a las distintas fuentes: dinero, el control de las instituciones, el control de la educación pública, el liderazgo de algún colectivo, un conocimiento importante, la capacidad para crear opinión pública, etc. Entre todas las fuentes principales de poder hay una que destaca en gran medida: el control de las emociones de los demás.
Las emociones de la gente tienen un poder enorme porque son irracionales, circunvalan los circuitos lógicos de los ciudadanos para hacer que estos actúen de maneras específicas. Indudablemente, no anulan por completo la razón, pero si que hacen que esta vea su lógica modificada por completo al cambiar el modo en que se entiende y analiza la situación. El cuento del Flautista de Hamelín es un buen ejemplo, ya que el flautista es capaz de conseguir que los niños lo sigan simplemente hipnotizándolos con música (que, en última instancia, como todo arte suele ser un lenguaje mayoritariamente emocional).