El otro día hablaba sobre cómo la autoestima es una cuestión relacional y es hora de dedicarle un post a cómo se construye. La base de la autoestima es que nosotros no sabemos cuánto valemos en términos absolutos, no tenemos encima de nuestras cabezas un indicador que dice nuestro nivel ni nada por el estilo, como ocurre en los videojuegos. Por ello, a la hora de establecer nuestro valor nos miramos en los demás para ver quien es mejor que nosotros en esto, quien es peor en aquello, etc. por el camino, distorsionado por nuestra visión de nosotros mismos, llegamos al punto en el que creemos que nos encontramos, se ajuste este a la realidad de donde deberíamos estar o no.
El problema es que el juego está trampeado. Nosotros nos comparamos con los demás en las categorías y en las formas que nos han dicho que debemos compararnos. Así, los hombres debemos ser fuertes, guapos, ricos, con buenos trabajos, seguros, posesivos, ambiciosos, inteligentes, seductores, fríos, líderes… mientras que las chicas deben ser bonitas, listas pero no inteligentes, emocionales, sumisas, hogareñas, maternales… si, es un mundo heteropatriarcal al fin y al cabo.



La palabra “normal” es una palabra muy poderosa, integrada profundamente en el interior de nuestras mentes desde pequeños, cuando se nos enseña que es bueno ser normal (de hecho, “anormal” es un insulto frecuente). Sin embargo, la normalidad no ha sido siempre igual a lo largo de la historia, ni es algo objetivo y observable. Cambia, evoluciona y se modifica, ¿cómo lo hace?
Maquiavelo dice en
Te levantas a las siete de la mañana, desayunas y te preparas para estar listo para trabajar una hora más tarde. A las dos se termina la primera mitad del día laboral y tienes una hora para comer antes de regresar para la parte de la tarde. Terminas, agotado, a las cinco, momento en que regresas a casa y te pones algo más cómodo para salir a hacer una hora de jogging. Regresas a casa para charlar con tu pareja algo antes de las siete, pasáis un rato juntos y luego os preparáis para salir a tomar algo y aprovechar que es viernes. Cena en un restaurante a las diez, terminada sobre las once y media, momento de ir a tomar unas copas con los amigos. De vuelta a casa sobre las dos, que ha sido un día largo y toca reponerse. Puede no ser tu vida pero, ¿a que suena familiar?
El poder es, sin duda, uno de los elementos sociales que más me interesan, pero que también ha sido clave en todos los análisis sociológicos desde el principio. Sin embargo, normalmente el poder se estudia desde una perspectiva más sistémica, de conflictos dentro de un campo, en esta ocasión voy a meterme con la parte más pequeña del poder, la forma en que se maneja entre la gente en el día a día.
Escrito por el profesor de derecho americano Lawrence Lessig, El Código 2.0 es un tratado directo, sencillo de entender y profundo sobre la forma en que nuestras sociedades construyen sus regulaciones, y los retos que plantea el cambio fruto de nuevas tecnologías o entornos sociales cambiantes. A lo largo de sus 563 páginas, Lessig nos lleva de la mano por un análisis profundo de los fundamentos del derecho y la forma en que este interactúa con la sociedad, con el poder, con la democracia, o con el mundo nuevo que surge cada día. Y lo consigue hacer de un modo entretenido y fácil de seguir incluso para aquellos de nosotros que no somos expertos en derecho y que, de hecho, nos aburre este soberanamente. Con todo lo cual, resulta un libro enormemente recomendable para todo aquel proucado por cuestiones como la protección de la privacidad, la construcción de sistemas de derecho efectivos, la regulación de internet, o cómo el mundo se actualiza a las novedades que en él se producen.
Hoy estrenamos nueva sección dedicada a la investigación. Y es que, de un tiempo para aqui, cada vez más se han ido popularizando las encuestas online a medida que se ha visto que son metodológicamente sólidas, lo cual ha abierto un muy interesante espacio de investigación para mucha gente con escasos recursos (estudiantes, doctorandos, etc.). La idea en esta sección es darles difusión a sus trabajos, al menos los que me lleguen, de modo que sus encuestas tengan el máximo número de respuestas posibles y, en la medida de lo posible, estas respuestas vengan de distintos grupos sociales.
Basta con entrar en un bar y encontraremos a un grupo de amigos comentando sobre una cerveza o un café cómo arreglar el mundo. Todos ellos tienen ideas sobre cómo mejorar el funcionamiento de la política, o dónde invertir los fondos, etc. al margen de que realmente hayan estudiado el tema o no. A nadie se le ocurre decir cómo un ingeniero debe construir un puente, o cómo un matemático debe solucionar un problema. Sin embargo, con la sociedad, todos somos unos expertos. ¿A qué se debe esto?
Estás tranquilamente reunido con tus amigos o con las compañeras del trabajo, tomando una caña afablemente en una terracita. Y de pronto comenzáis a contar chistes, y uno cuenta uno muy bueno que es racista, sobre gitanos, o negros o lo que sea. Todos os desternilláis, todos menos una. Y la miráis mal, porque se está tomando en serio algo que no lo es. Al fin y al cabo, vosotros no sois racistas, y el chiste sólo es eso, un chiste.