Hace tiempo compartí aquí con vosotros la recomendación del anime Psycho Pass como una muy interesante reflexión sobre la sociedad. Ahora finalmente he tenido tiempo de ver la segunda temporada y, aunque quizás no esté del todo a la altura de la primera (y tiene un salto de fe algo mayor, cosa habitual en la ciencia-ficción), si que tiene algunos elementos que vale la pena reflexionar.
Si pensáis verla quedaros con la idea de que temas como el panóptico, la libertad, los valores, la humanidad, la violencia o la seguridad, vuelven a estar en el centro de la trama y que añade puntos interesantes a la primera en casi todos esos apartados. Y dejad de leer a partir de aquí si no queréis spoilers.

El 2014 ha sido, sin lugar a dudas, un año movidito, con infinidad de cosas ocurriendo que nadie hubiera imaginado tal día como hoy hace un año. Ha dejado numerosos procesos abiertos cuyos eventos seguirán desarrollándose a lo largo del próximo año y, por eso, creo que vale la pena intentar echarle un vistazo a qué nos puede deparar el futuro. Por supuesto, mi bola de cristal está estropeada, así que todo vistazo al futuro puede errar por completo, pero aún así resulta un ejercicio interesante.
La sociedad en la que vivimos cambia a un ritmo vertiginoso: nuevas tecnologías salen a la venta, movimientos sociales se organizan, surgen nuevos problemas y nuevas soluciones. El mundo de ayer puede ser muy diferente al mundo del mañana, y la historia de los videojuegos es un buen ejemplo que ilustra este cambio acelerado. Así, aunque en buena ley las generaciones demográficas se supone que abarcan en torno a 25 años (con lo cual, hoy en día estaríamos en la segunda generación de videojugadores), lo cierto es que el cambio se ha acelerado tanto que surgen diferencias abismales en periodos mucho más cortos y, sin duda, hoy en día podemos hablar de tres generaciones de jugadores aunque el tiempo no diese para ello demográficamente hablando.
Hace unos días expuse cómo la
Maquiavelo dice en
Te levantas a las siete de la mañana, desayunas y te preparas para estar listo para trabajar una hora más tarde. A las dos se termina la primera mitad del día laboral y tienes una hora para comer antes de regresar para la parte de la tarde. Terminas, agotado, a las cinco, momento en que regresas a casa y te pones algo más cómodo para salir a hacer una hora de jogging. Regresas a casa para charlar con tu pareja algo antes de las siete, pasáis un rato juntos y luego os preparáis para salir a tomar algo y aprovechar que es viernes. Cena en un restaurante a las diez, terminada sobre las once y media, momento de ir a tomar unas copas con los amigos. De vuelta a casa sobre las dos, que ha sido un día largo y toca reponerse. Puede no ser tu vida pero, ¿a que suena familiar?
Los movimientos sociales son algo muy especial para la gente: para unos, los involucrados, son un frenesí, un camino hacia un futuro mejor, un proyecto con sentido en el que esforzarse; para otros muchos, es una fuente de ideas y cosas raras; finalmente, para otros, son un fracaso uno tras otro. Dicen estos últimos: “¿acaso ha acabado la dominación de la mujer tras el trabajo del movimiento feminista? ¿Ha cambiado la política y acabado con la corrupción el 15-M? ¿Los pacifistas han acabado con las guerras? No, al final, todo sigue igual.” Y, sin embargo, esta apreciación es cierta sólo porque no entienden la función real de los movimientos sociales.
Al hilo del último post sobre mi
Parece que el post de ayer sobre la
Uno se preguntará cómo es que
Un amigo me pidió que, a la vista de que esto es un conflicto actual, abordase el tema en el blog. Así pues, vamos allá. Si echamos un vistazo a la pirámide poblacional de cualquier país del primer mundo, y España entre ellos, veremos que tenemos una población por un lado envejecida y, por otro, cada vez menor. La gente, ante las dificultades económicas y la complicación a la hora de compatibilizar la labor de ser padres con las carreras profesionales, cada vez opta más por tener pocos hijos, de modo que no se alcanza la tasa de reproducción (dos hijos por pareja). El resultado, sin sorpresa, es que el primer mundo envejece y pierde población a toda velocidad, lo cual supone un problema importante para el buen funcionamiento de sus sociedades y economías. Pero no sólo el primer mundo lo hace, sino que gran parte de los países en vías de desarrollo (como China, o Rusia) también han avanzado bastante en este proceso, comunmente llamado la transición demográfica.
Las culturas de las diferentes partes del planeta están en permanente cambio a lo largo de la historia, a diferentes ritmos según las circunstancias específicas de cada una de ellas. Desde el ascenso de la globalización, estos patrones de cambio se han ido acelerando en gran parte del globo. Esto es en parte debido a que el cambio tecnológico ha ido ganando velocidad también, y con ello impone modificaciones en la sociedad a medida que los nuevos productos tecnológicos se establecen y expanden entre los ciudadanos, ofreciendo nuevas opciones, acciones y riesgos y, con ello, cambiando su forma de ver el mundo.