Tras trentaicinco años desde que se promulgó la actual Constitución, y aprovechando el final ahora del Puente de la Constitución, creo que es buen momento para hacer un balance de cómo ha sido el papel de la misma, sus luces y sus sombras. Y lo cierto es que un vistazo a nuestra historia reciente, y no tan reciente, a la forma en que se utiliza y maneja, rápidamente muestra una buena cantidad de ambas cosas.
Primero, para entenderla, hay que echar un vistazo al momento en que fue fraguada. En plena Transición, con la muerte reciente de Franco, los padres fundadores se sentaron con el plan en mente de crear una Constitución que convirtiese una España de dictadura a una de democracia, moderna y occidental. Es una época con una población insegura y dividida entre las formas tradicionales y los que apoyan a los clandestinos partido socialista y, especialmente, el comunista. Todos estos grupos son los que se sientan a la mesa a negociar una Constitución, y esto es vital: el resultado de esas negociaciones no buscaba ser la mejor Constitución que se pudiese hacer, o la defensa de los intereses de los más poderosos, sino ser un articulado que sirviese y sentase las reglas de un juego que todos pudiesen aceptar. Así, las distintas partes cedieron cosas (por ejemplo, la derecha quería una España católica, gran parte de la izquierda la quería laica, y se quedaron en un punto intermedio de aconfesional). El principal éxito de la Constitución es precisamente haber logrado ese objetivo, que nos aleja de modelos de transición como el que podemos observar en Egipto actualmente, y de modelos constitucionales mucho más inestables como todos los que España tuvo con anterioridad.



Dentro de un año exactamente, Escocia se enfrentará al referendum para decidir si quiere permanecer o no dentro del Reino Unido. La Diada acaba de fortalecer ese debate en España. Y en otras partes de Europa, discursos similares se reproducen con menor fuerza, desde la Liga Norte italiana a los diversos grupos independentistas de Bélgica.
Hoy toca compartir un
O eso reza el dicho, que en días como hoy, parece más cierto que nunca. El escándalo de Petraeus en Estados Unidos, la financiación ilegal de Sarkozy en Francia usando dinero de Gadaffi, el uso indebido de dinero del Parlamento británico para comprar pisos en Reino Unido, los infinitos casos de Silvio Berlusconi… podríamos seguir eternamente. Lista a la que hoy hay que añadir el grado completo de corrupción que ha aparecido en la cúpula del PP. ¿Por que lo hacen, cuando ya lo tienen todo?
Últimamente, parece que la marca España ha colonizado la prensa, y miremos donde miremos allí está. Sin embargo, la idea de la marca España no es nueva, simplemente se le ha dado una cierta prioridad política dentro de la agenda del gobierno. ¿Y por qué se ha hecho esto? Para entender esta política, hay que entender de qué se trata, y qué busca lograr.
El principio del entendimiento es el diálogo. Cuando dos personas o facciones están dispuestas a sentarse de verdad a discutir una situación es cuando se pueden producir los acercamientos, el entendimiento, y la solución de los conflictos.
Hace tiempo que se debate acerca de lo que implicaría la implementación de medidas electrónicas en la democracia: beneficios, cambios y peligros. Sin embargo, el proceso avanza en paralelo al debate. Así, en las últimas Elecciones Generales en España, en diversos Colegios Electorales de la Comunidad de Madrid se emplearon ordenadores para ayudar en el recuento de votos, el control de incoherencias, etc. Y resultó ser una herramienta muy útil para el buen funcionamiento de esas mesas electorales. En el caso español, la legislación no permite ir más allá. Pero en Estados Unidos, por ejemplo, existen Estados donde se permite votar directamente de modo electrónico en unos cajeros específicos.
Escrito por Javier Noya, y supongo que publicado en torno a septiembre de este año, la verdad es que es un libro difícil de comentar en unas líneas como estas. La razón es que, pese a la coloquialidad del discurso en su forma, su contenido es complejo y muy amplio. Así, a lo largo de sus 450 páginas, el autor analiza todas las dimensiones de la imagen de España en el exterior, desde la música a las fuerzas armadas, del soft al hard power, del siglo XVIII al XXI, de la política a la cultura, etc. Abarca así una enorme variedad de temas que configuran la imagen de España en el exterior, desde una imagen tanto objetiva (¿qué dicen los datos duros, económicos y de otro tipo, sobre la situación real?) como subjetiva (¿qué opinión tiene la gente del mundo sobre esas cuestiones?), lo cual le da gran profundidad y riqueza. Es obvio que habrá gente interesada en unos aspectos u otros del texto, pero al ser un análisis tan amplio, hay cosas interesantes para todo el mundo.