Normalmente, cuando se habla de marca, pensamos en las grandes empresas y sus logos fácilmente identificables, o incluso podemos pensar en la marca de un país. Sin embargo, cualquier cosa puede tener una identidad propia o bien una que le atribuimos simbólicamente. Y, en un mundo globalizado, eso es de suprema importancia, porque aquellas identidades más fuertes consiguen una proyección global que tiene infinidad de repercusiones: Nueva York es La Gran Manzana, París la Ciudad del Amor (o de las Luces), Tokyo tiene la imagen tecnológica y exótica de oriente y los samurai, etc.
Todas esas ciudades, y muchas más, compiten globalmente para atraer inversión, turismo, empleo, inmigración cualificada, etc. La mayor parte de las grandes ciudades globales son iconos culturales, centros de industria y medios de comunicación, lugares donde se ambientan novelas o películas, y sobre los que todo el mundo tiene una idea, aunque sea idealizada y aproximada, acerca de cómo son. El influyente think tank AT Kearney hace todos años un interesante informe con los datos actualizados de las ciudades más globales.

La sociedad en la que vivimos cambia a un ritmo vertiginoso: nuevas tecnologías salen a la venta, movimientos sociales se organizan, surgen nuevos problemas y nuevas soluciones. El mundo de ayer puede ser muy diferente al mundo del mañana, y la historia de los videojuegos es un buen ejemplo que ilustra este cambio acelerado. Así, aunque en buena ley las generaciones demográficas se supone que abarcan en torno a 25 años (con lo cual, hoy en día estaríamos en la segunda generación de videojugadores), lo cierto es que el cambio se ha acelerado tanto que surgen diferencias abismales en periodos mucho más cortos y, sin duda, hoy en día podemos hablar de tres generaciones de jugadores aunque el tiempo no diese para ello demográficamente hablando. 
He de reconocer que este es un post menos sociológico de lo que debería, sino casi más poético o algo así. Pero no doy más vueltas, la idea me surgió leyendo la saga de novelas Marte Rojo, Verde y Azul, de Kim Stanley Robinson. En un momento dado, entre sus elucubraciones de genética y terraformación, plantea la idea de que la sociedad se perpetúa de un modo genético, pero no lo desarrolla más allá de esa idea. Y es una idea que, científicamente, me repulsa, porque la sociología hace mucho que se ha ido separando de los sociobiologicismos propios del siglo XVIII, demostrando que la sociedad no se comporta como un ser vivo. Pero, por un post, vamos a jugar con esa idea.
Un amigo me pidió que, a la vista de que esto es un conflicto actual, abordase el tema en el blog. Así pues, vamos allá. Si echamos un vistazo a la pirámide poblacional de cualquier país del primer mundo, y España entre ellos, veremos que tenemos una población por un lado envejecida y, por otro, cada vez menor. La gente, ante las dificultades económicas y la complicación a la hora de compatibilizar la labor de ser padres con las carreras profesionales, cada vez opta más por tener pocos hijos, de modo que no se alcanza la tasa de reproducción (dos hijos por pareja). El resultado, sin sorpresa, es que el primer mundo envejece y pierde población a toda velocidad, lo cual supone un problema importante para el buen funcionamiento de sus sociedades y economías. Pero no sólo el primer mundo lo hace, sino que gran parte de los países en vías de desarrollo (como China, o Rusia) también han avanzado bastante en este proceso, comunmente llamado la transición demográfica.
Las culturas de las diferentes partes del planeta están en permanente cambio a lo largo de la historia, a diferentes ritmos según las circunstancias específicas de cada una de ellas. Desde el ascenso de la globalización, estos patrones de cambio se han ido acelerando en gran parte del globo. Esto es en parte debido a que el cambio tecnológico ha ido ganando velocidad también, y con ello impone modificaciones en la sociedad a medida que los nuevos productos tecnológicos se establecen y expanden entre los ciudadanos, ofreciendo nuevas opciones, acciones y riesgos y, con ello, cambiando su forma de ver el mundo.
Hace un par de semanas ya hablamos de
Una subcultura es, como su nombre indica, un subconjunto dentro de otro mayor, en este caso un subconjunto cultural. Y, todo esto, ¿cómo se come? Básicamente, hay una cultura general que tiene una serie de ideas, valores, problemas, objetivos, etc. Podemos poner como ejemplo a la cultura española (aunque podría bien argumentarse que esta es, realmente, una subcultura de la cultura occidental/capitalista/demócrata).