A la hora de entender las relaciones internacionales, hay dos perspectivas teóricas principales para explicarlas. Por un lado, están los realistas, que creen que el mundo es anárquico y reina el todos contra todos; herederos de la teoría de Hobbes, creen que el Estado es un lobo para el Estado, y como no hay Leviatán por encima del Estado no puede haber orden ni paz, sólo lucha por la hegemonía y la supervivencia. Sin sorpresa, su foco es el hard power, la capacidad militar y económica que permite que un Estado fuerce a otros a hacer lo que desea.
La otra cara de la moneda es la teoría constructivista y su hermana, la liberal-institucionalista. Estas creen que las relaciones internacionales se basan en las percepciones y las construcciones que todos hagan en conjunto: leyes internacionales, instituciones, ONGs, opinión pública global, etc. Como entre las personas, el conflicto es el juego de los Estados, pero también pueden serlo la cooperación y la ayuda. La importancia es la legitimidad, y su foco a menudo es el soft power, la capacidad de un actor global para convencer y seducir a otros para que actúe como él desea que lo hagan.


Si Aaron Sorkin nos ofreció hace tiempo
Fruto de una de las muchas interesantes discusiones con Lucas, hoy toca abordar el tema de la lucha contra el sistema. Después de haber hablado sobre alternativas
Hace algo más de una semana hablaba sobre cómo
Los Estados, organizaciones interestatales, y acuerdos no surgen de la noche a la mañana tal como los conocemos. Al contrario, son el fruto de un largo proceso, que incluye infinidad de modificaciones, actualizaciones y cambios que van permitiendo que, lentamente, aparezcan tal como ahora son. El motor de estos cambios es, la necesidad.
“La historia es un cementerio de élites”, decía Pareto, pero bien podríamos decir que es también un cementerio de potencias. Un imperio ha sucedido a otro, dominando partes más o menos grandes del mundo por medio de la guerra, la economía y la diplomacia. Roma, el Imperio Otomano, la España del XVI, la Francia napoleónica, el imperio chino, el azteca, el maya… Grandes nombres, para las grandes potencias de sus épocas.
O eso reza el dicho, que en días como hoy, parece más cierto que nunca. El escándalo de Petraeus en Estados Unidos, la financiación ilegal de Sarkozy en Francia usando dinero de Gadaffi, el uso indebido de dinero del Parlamento británico para comprar pisos en Reino Unido, los infinitos casos de Silvio Berlusconi… podríamos seguir eternamente. Lista a la que hoy hay que añadir el grado completo de corrupción que ha aparecido en la cúpula del PP. ¿Por que lo hacen, cuando ya lo tienen todo?
Lo que hoy comparto con vosotros es la transcripción que he hecho de la breve charla que di con el mismo nombre en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM, como introducción a un muy interesante cinefórum al respecto. Recomiendo, eso si, haber visto Animatrix antes de leer el texto, no sólo porque este spoilea mucho de la misma, así como os permitirá ver cosas que seguro que a mi se me han pasado por alto.
Los economistas Mundell y Fleming propusieron un
Últimamente, parece que la marca España ha colonizado la prensa, y miremos donde miremos allí está. Sin embargo, la idea de la marca España no es nueva, simplemente se le ha dado una cierta prioridad política dentro de la agenda del gobierno. ¿Y por qué se ha hecho esto? Para entender esta política, hay que entender de qué se trata, y qué busca lograr.
Con este post inicio una nueva categoría que espero ir llenando con el paso de los años. No se trata de que vaya a explicar algo nuevo o a debatir alguna noticia, sino que se trata de un link a un artículo completo que he terminado y que quiero compartir con todos vosotros bajo la licencia Creative Commons. Por ello, sois libres de descargarlo, leerlo, usar partes, cambiarlo, etc. siempre y cuando referenciéis el origen del mismo, como es habitual en la licencia. Aquí es donde podéis