Tras trentaicinco años desde que se promulgó la actual Constitución, y aprovechando el final ahora del Puente de la Constitución, creo que es buen momento para hacer un balance de cómo ha sido el papel de la misma, sus luces y sus sombras. Y lo cierto es que un vistazo a nuestra historia reciente, y no tan reciente, a la forma en que se utiliza y maneja, rápidamente muestra una buena cantidad de ambas cosas.
Primero, para entenderla, hay que echar un vistazo al momento en que fue fraguada. En plena Transición, con la muerte reciente de Franco, los padres fundadores se sentaron con el plan en mente de crear una Constitución que convirtiese una España de dictadura a una de democracia, moderna y occidental. Es una época con una población insegura y dividida entre las formas tradicionales y los que apoyan a los clandestinos partido socialista y, especialmente, el comunista. Todos estos grupos son los que se sientan a la mesa a negociar una Constitución, y esto es vital: el resultado de esas negociaciones no buscaba ser la mejor Constitución que se pudiese hacer, o la defensa de los intereses de los más poderosos, sino ser un articulado que sirviese y sentase las reglas de un juego que todos pudiesen aceptar. Así, las distintas partes cedieron cosas (por ejemplo, la derecha quería una España católica, gran parte de la izquierda la quería laica, y se quedaron en un punto intermedio de aconfesional). El principal éxito de la Constitución es precisamente haber logrado ese objetivo, que nos aleja de modelos de transición como el que podemos observar en Egipto actualmente, y de modelos constitucionales mucho más inestables como todos los que España tuvo con anterioridad.

A menudo, se tiene la sensación de que lo que ocurre en Internet no es algo suficientemente real. Los amigos online no son igual de amigos que los amigos físicos, es un terreno de juegos donde no ocurren cosas reales, donde la gente está sólo para su ocio. Sin embargo, todas estas nociones clásicas del mundo de la red de redes son falsas, como muestran cada vez más los estudios. Como bien dice Lawrence Lessig, la red es muy real.
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Que en cualquier sociedad existen débiles y poderosos es algo que todos sabemos. Lo hemos visto en las películas, en los libros de historia, en las novelas… Sin embargo, ese poder no siempre se ha repartido de la misma forma. Si tomamos la visión foucaultiana del poder, este se encontraría repartido en distintas cantidades en todos los miembros de la sociedad, de modo que es de sus continuas interacciones y cesiones de poder de donde surgen las estructuras sociales que reconocemos como poderosas. Por su parte, Bourdieu diría que el se encuentra en cada campo social, donde los distintos actores presentes tienen distintas cantidades de capital y, con ello, una posición más central o menos en la estructura del campo. Pero dejemos de lado, de momento, esas visiones más estructurales y difusas del poder, y centrémonos en la historia del poder político.

Dentro de un año exactamente, Escocia se enfrentará al referendum para decidir si quiere permanecer o no dentro del Reino Unido. La Diada acaba de fortalecer ese debate en España. Y en otras partes de Europa, discursos similares se reproducen con menor fuerza, desde la Liga Norte italiana a los diversos grupos independentistas de Bélgica.
Si Aaron Sorkin nos ofreció hace tiempo
Hoy toca compartir un
Supongo que, por ser mi ciudad natal, la noticia de que Almunia es considerado persona