Primero Aaron Sorkin nos mostró cómo debía ser la política en su Ala Oeste de la Casa Blanca, que ilustraba perfectamente el funcionamiento del sistema político americano y cómo debían comportarse sus diferentes piezas si fuesen más o menos ideales. Tras él, Berlanti nos ofreció la breve Political Animals, que bien podría ser considerada el Ala Este de la Casa Blanca, y que nos mostraba el precio personal del poder.
Ahora, un nutrido grupo de guionistas y directores nos ofrecen House of Cards, la puesta al día americana de una mini-serie anterior británica, y que bien podría llamarse las Cloacas de la Casa Blanca.
En gran medida, House of Cards es el opuesto al Ala Oeste de la Casa Blanca, ya que nos ofrece lo contrario al mundo ideal. Ya desde su planteamiento (es una historia de venganza), lo que nos aleja es del mundo ideal de la política y la negociación de los partidos en el marco de las instituciones. Al contrario, lo que nos lleva es a encontrarnos de cara con los aspectos más cínicos y descarnados de la política: la presión, el chantaje, la manipulación, la ambición…
Es importante recalcar que no es realista, en la misma medida que el Ala Oeste no lo era. En política, ni todo es negro ni todo es blanco. Pero el discurso que se puede entresacar de la serie si es realista, y si es aplicable perfectamente al mundo en el que vivimos, porque el poder en su perspectiva más cínica si que existe, y la visión maquiavélica del mismo no está demasiado alejada de la verdad de muchos políticos.

El Emperador se sube a su caravana fastuosa, la gente dispara los fuegos artificiales y la comitiva se pone en marcha con gran pompa y circunstancia. La gente aclama a su paso, le vitorea, le anima. Hasta que, entre toda la gente, un niño dice “¡el Emperador va desnudo!”.
Tras trentaicinco años desde que se promulgó la actual Constitución, y aprovechando el final ahora del Puente de la Constitución, creo que es buen momento para hacer un balance de cómo ha sido el papel de la misma, sus luces y sus sombras. Y lo cierto es que un vistazo a nuestra historia reciente, y no tan reciente, a la forma en que se utiliza y maneja, rápidamente muestra una buena cantidad de ambas cosas.
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Que en cualquier sociedad existen débiles y poderosos es algo que todos sabemos. Lo hemos visto en las películas, en los libros de historia, en las novelas… Sin embargo, ese poder no siempre se ha repartido de la misma forma. Si tomamos la visión foucaultiana del poder, este se encontraría repartido en distintas cantidades en todos los miembros de la sociedad, de modo que es de sus continuas interacciones y cesiones de poder de donde surgen las estructuras sociales que reconocemos como poderosas. Por su parte, Bourdieu diría que el se encuentra en cada campo social, donde los distintos actores presentes tienen distintas cantidades de capital y, con ello, una posición más central o menos en la estructura del campo. Pero dejemos de lado, de momento, esas visiones más estructurales y difusas del poder, y centrémonos en la historia del poder político.
Si Aaron Sorkin nos ofreció hace tiempo
Hoy toca compartir un
Una vez más, Black Mirror regresa con su reflejo duro y descarnado de la realidad. Ya hable de los tres primeros capítulos en su