
Para llegar a la intersubjetividad, vamos a tener que dar un pequeño rodeo primero. Empecemos con la Realidad, así con mayúsculas. Dejemos de lado las complicaciones filosóficas que plantea la física cuántica en cuanto a la existencia de una Realidad y partamos del consenso de que existe. Aunque no haya nadie en las cercanías, nuestra cocina sigue estando ahí con sus muebles, herramientas y demás. La Realidad es objetiva, existe por si misma y siempre de la misma manera.
Pero los seres humanos no operamos en base a la realidad, sino a nuestra percepción de esa realidad. Dos personas ante un mismo cuadro, por ejemplo, tendrán experiencias distintas en base a si les gusta o no esa pintura: aunque la realidad es la misma (el cuadro) la percepción de la gente en torno a esa realidad no lo es. Cuestiones como los gustos estéticos modifican la percepción que cada persona tiene de la realidad, creando un espacio subjetivo.











La mente humana funciona sobre una base de prejuicios y prenociones que articulan el mundo a su alrededor. Ideologías, comentarios, experiencias… todos ellos se entremezclan en cada una de nuestras mentes para construir un decálogo de cómo es el mundo que nos rodea y cómo debemos reaccionar a lo que ocurre, lo que está bien o mal y cómo son las personas que lo habitan. Estos prejuicios, sin embargo, no se basan en la realidad del mundo, sino de nuestra experiencia concreta del mismo.
Tradicionalmente, el valor de una empresa era una suma relativamente clara de sus activos, el dinero que ganaba, la cantidad de inversión que tenía, los productos que sacaba a la venta al año, etc. Se podría decir que, en gran medida, era un valor relativamente objetivo que decía cuánto valía realmente esa empresa. Sin embargo, eso cambió completamente cuando, en 1988, Philip Morris compró la empresa Kraft por seis veces más de lo que valía. ¿Qué pasó ahí? ¿Se había vuelto loco?
Para definir una ideología, lo primero que es necesario es entrar de lleno con las ideas. Una idea es un concepto, una “pieza de Lego” mental: rojo, coche, democracia… Sobre esto se construye un argumento, que pone en conexión varias ideas, como una pared de Lego: la democracia es buena. La pared puede ser más compleja o menos, con ventanas, vidrieras o estatuas: la democracia es buena porque representa la opinión popular y la traslada a las instituciones de gobierno. A partir de ahí llegamos a las ideologías.