Si se va a hacer una reforma en la que la democracia coja verdadera dimensión ciudadana donde las instituciones respondan a la voluntad ciudadana expresada directamente, es necesario cambiar la figura del político. No se trata de eliminar los políticos, sino cambiar sus funciones de modo que encajen en el resto de la construcción.
En un entorno donde los ciudadanos deben elegir las medidas que se van a adoptar, los políticos claramente no deben tener función de decisión ni el poder para hacerlo. Pero, en cambio, su papel pasa por servir como clarificadores de las distintas medidas. En este sentido, es imprescindible que las Cámaras se conviertan de nuevo en lugares de debate y discusión sobre las medidas, la filosofía, los costes y las consecuencias de las distintas opciones. En ese sentido, la función de los políticos pasaría en buena medida por clarificar las implicaciones que tendría votar cada opción, de modo que los ciudadanos puedan votar de modo informado (una tarea a la que habría que añadir los medios de comunicación).





El viernes pasado se entrevistó en
Hace unos días expuse cómo la
Hace unos días, todos los periódicos del país recogían el encuentro entre Rajoy y Mas y lo discutido allí. Que si bien, que si insuficiente, que si demasiado, que si se sigue trabajando, que si hay ruptura… análisis de lo ocurrido hay muchos, pero lo innegable es que, hoy por hoy, la situación sigue estancada. La razón de esto es más profunda que el resultado de un encuentro y es una historia en la que ya llevamos inmersos mucho tiempo, desde que se anunció por primera vez que se iba a producir el referendum y la explosión de la Diada.
Escrito por Santiago Carrillo, este libro es un trozo de la historia española recogida en 260 páginas. Compuesto por 15 biografías de las personas que Carrillo considera clave en la 2ª República, la Guerra Civil y la Transición, nos da una panorámica de casi un siglo de cambios y conflictos que han configurado el presente del país, a través del análisis de sus protagonistas, a muchos de los cuales Carrillo conoció personalmente. Obviamente, y él mismo lo reconoce, la objetividad total es imposible cuando se está tan involucrado en los hechos, pero si creo que ha logrado mediante la reflexión y el tiempo obtener un punto de vista suficientemente neutral como para conseguir quince retratos muy interesantes. Veámoslos brevísimamente, con unas pinceladas para cada uno:
Adolfo Suárez acaba de morir, y eso no es noticia para nadie tras el bombardeo de los medios de comunicación al respecto. Como tampoco lo es que ahora sale la derecha a ensalzarle como el gran faro, y la izquierda a criticarle por su vinculación con el
Fruto de un muy interesante debate en Facebook así como de numerosos debates en El Señor de los Dadillos, creo que va tocando meterle mano a este programa y mostrar algunas de las cosas que pasan entre bamblinas al respecto. Y es que, ¿cómo se puede decir que un programa que busca ayudar a la gente, es dañino para la sociedad e, incluso, para esa gente? A priori, todos estamos encantados de que las personas se ayuden unas a otras, ¿qué puede haber de malo en ello?
A menudo, es habitual escuchar a alguien llamar a otro fascista cuando el otro le impone su decisión, o usos similares del término porque la sociedad normalmente considera uno sinónimo del otro. Sin embargo, desde la perspectiva sociológica y politológica, y teniendo en cuenta que es un debate abierto de momento, ambos términos son distintos y describen distintos modelos políticos. Autoritarismos ha habido mucho, desde el régimen de Franco al actual de Corea del Norte; en cambio, fascismos sólo ha habido uno en la historia, la Alemania de Hitler. Así que vayamos viendo cómo se construyen ambos sistemas en sus diferencias, para ilustrar cómo uno y otro parecen muy similares, pero al final resultan no serlo.
Hace ya casi un año escribí este
El Emperador se sube a su caravana fastuosa, la gente dispara los fuegos artificiales y la comitiva se pone en marcha con gran pompa y circunstancia. La gente aclama a su paso, le vitorea, le anima. Hasta que, entre toda la gente, un niño dice “¡el Emperador va desnudo!”.