Crecí siempre inmerso en las historias de mis padres de los tiempos en el P. C. oponiéndose al franquismo, de las manifestaciones, de las huidas de los grises. Supongo que, por eso, desde muy pequeño “mamé” democracia, y siempre la he valorado infinitamente, de modo que ni el anarquismo ni el comunismo ni ninguna otra corriente realmente me han convencido. Sólo una socialdemocracia de izquierdas tiene sentido.
O, al menos, esa fue mi forma de ver las cosas durante mucho tiempo.
Pero, a medida que me he ido haciendo mayor, he ido aprendiendo y viendo que en esta democracia que tanto valoraba hay demasiadas cosas que no funcionan como debían. Al principio creía en la reforma lenta y progresiva del sistema, que llevaría a depurarlo y perfeccionarlo manteniendo sus virtudes intactas y eliminando sus defectos. Sin embargo, ya no creo que eso sea posible. Al contrario, he ido descubriendo que esos defectos son sistémicos, tan necesarios para que el modelo democrático como lo conocemos funcione como sus virtudes, y por tanto no es posible extirparlos.

Detrás de la fachada de ciencia ficción cercana y de serie de policías de animación (muy adulta, eso si), Psycho Pass atesora un corazón que va mucho más allá. A medida que avanzan sus 22 capítulos y los discursos y diálogos entre personas, se va mostrando lentamente una muy compleja y lúcida reflexión acerca del sistema social, de las leyes, de la forma de interactuar de las personas, de la voluntad, de la obediencia, la vigilancia o la psicología, por mencionar sólo algunos de los aspectos que se abordan.
Los Estados, organizaciones interestatales, y acuerdos no surgen de la noche a la mañana tal como los conocemos. Al contrario, son el fruto de un largo proceso, que incluye infinidad de modificaciones, actualizaciones y cambios que van permitiendo que, lentamente, aparezcan tal como ahora son. El motor de estos cambios es, la necesidad.
“La historia es un cementerio de élites”, decía Pareto, pero bien podríamos decir que es también un cementerio de potencias. Un imperio ha sucedido a otro, dominando partes más o menos grandes del mundo por medio de la guerra, la economía y la diplomacia. Roma, el Imperio Otomano, la España del XVI, la Francia napoleónica, el imperio chino, el azteca, el maya… Grandes nombres, para las grandes potencias de sus épocas.
Una vez más, Black Mirror regresa con su reflejo duro y descarnado de la realidad. Ya hable de los tres primeros capítulos en su
Hoy me voy a la cama rodeado por las noticias sobre las peleas entre los países acerca del presupuesto europeo. Sobre si este quiere esto, o aquel quiere lo otro, que si se reparta de esta o aquella manera… y si no es como quieren, veto. Dicen que las empresas las crean los abuelos, las hacen florecer los padres, y las despilfarran los hijos… si eso es cierto, nosotros somos los bisnietos, viendo a los hijos pelearse a dentelladas por los fragmentos restantes del testamento a un sueño.
A menudo tenemos la sensación de que la Historia es algo que ocurre durante largos periodos de tiempo, como la evolución. Durante siglos, la vida social de la Edad Media es relativamente homogénea. Cierto, cambian los Reyes y reinos, avanzan lentamente los estilos artísticos, etc. Pero, en gran medida, durante casi un milenio la Historia mantiene muchos elementos homogéneos.
La sociedad civil ha estado siempre en conflicto con el poder, remodelándolo en la medida en que ha podido. Las huelgas y manifestaciones han sido sus armas principales, como lo han sido posteriormente los sindicatos, las ONGs, o los movimientos sociales más o menos establecidos.
A menudo, a lo largo de todos los años que llevo escribiendo en este blog, he hablado en contra de las injusticias del capitalismo, de todos sus desequilibrios y todas sus “maldades”. Y, en efecto, es merecedor de todas esas críticas que se le puedan hacer, especialmente al neoliberalismo más recalcitrante.
Esta es una serie muy interesante, que gira en torno al mundo de los publicistas en la década de los 60. Sin una trama muy importante como tal (no hay crímenes, ni grandes giros argumentales, ni ningún artificio de guión), nos mete de lleno en la descripción de cómo era la vida americana en una de las décadas más importantes del siglo XX. Por ello, contiene muchas cosas interesantes sociológicamente.
En numerosas ocasiones he oído decir tato a detractores del movimiento como a sus propios seguidores que el 15-M no es representativo de la sociedad. Al no serlo, no tendría derecho a presionar y actuar políticamente, tratando de forzar un cambio institucional (o más) en un sentido u otro. Sin embargo, esta posición parte o bien de un manifiesto derecho de desprestigiar y desmovilizar al movimiento, o de la ignorancia, o de un excesivo respeto hacia los demás.