A menudo se plantea la cuestión de hasta qué punto los movimientos sociales son homogéneos o están llenos de divisiones internas. Sin duda, en todos los casos es más lo segundo que lo primero, ya que son todos grandes conjuntos de ideas articuladas sobre las acciones de grupos y colectivos diversos. Ahí radica su fuerza, pero también a menudo puede ser fuente de debilidad.
Esto se debe a que dentro del conjunto del movimiento siempre existen extremistas que comparten solo parte de los supuestos centrales pero muchos otros son exagerados por encima de lo que los demás comparten. Es el caso del black bloc dentro del movimiento antiglobalización, que considera que la lucha por una mayor equidad debe hacerse por la fuerza y no únicamente con manifestaciones pacíficas; o el caso de los luditas dentro de los movimientos anticapitalismo, que en su defensa de la lucha contra el capitalismo abogan por la destrucción de las máquinas y la vuelta a una vida más primitiva; o el caso de las hembristas en el movimiento feminista, que abogan por poner a las mujeres por encima de los hombres.




El Bien Común, esa idea preciosa que supone que existen acciones que benefician a todos los habitantes de una sociedad o colectivo y que, por tanto, son deseables para todos ellos. Acciones que avanzan las agendas de las personas independientemente de sus ideologías, opiniones, posiciones sociales, género, cultura… porque son universalmente buenas. Es uno de los relatos más bonitos que existen en política, y sin embargo es una quimera inventada en el siglo XVIII para convencer y ganar apoyo. Sorprendentemente, en pleno siglo XXI, alguien la usó hoy para intentar convencerme de apoyar una iniciativa en la que no creo.
A menudo, se argumenta que la economía lo puede todo, que con unos cuantos millones de dólares puedes comprar cualquier cosa, que los mercados financieros dominan el mundo y demás analogías para señalar la que parece una verdad innegable: vivimos en un mundo donde manda la economía. Ante ella, la política se queda en una esquina, apaleada ante unos flujos globales que dictan recortes, cambios y tratos de favor a empresas y millonarios. La ciudadanía, finalmente, queda desprotegida así ante una economía desbocada. Este retrato tan neoliberal, casi
Hace tiempo compartí aquí con vosotros la recomendación del anime
El 2014 ha sido, sin lugar a dudas, un año movidito, con infinidad de cosas ocurriendo que nadie hubiera imaginado tal día como hoy hace un año. Ha dejado numerosos procesos abiertos cuyos eventos seguirán desarrollándose a lo largo del próximo año y, por eso, creo que vale la pena intentar echarle un vistazo a qué nos puede deparar el futuro. Por supuesto, mi bola de cristal está estropeada, así que todo vistazo al futuro puede errar por completo, pero aún así resulta un ejercicio interesante.
Desde que Marx y otros elitistas escribiesen las distintas teorías sobre las clases sociales que existen en la sociedad, estas han ocupado un lugar central en las movilizaciones sociales, en los discursos políticos, en la esfera de acción de las organizaciones, etc. Ha sido, durante mucho tiempo, el motor de la historia que Marx preveía. Pero hace ya dos siglos que el alemán enunció su teoría, y el tiempo ha cambiado el mundo desde como él lo veía a como es ahora y, con ello, ha desdibujado muchas de las verdades que él había visto y analizado con claridad. No todas, por supuesto, pero ¿qué queda de las clases sociales en el mundo digital y globalizado del siglo XXI?
Desde el siglo XVIII-XIX, el modelo de lucha de los ciudadanos contra el poder ha cambiado radicalmente. Se abandonaron las revueltas campesinas contra el señor feudal local y en su lugar se sucedieron las revoluciones; y, tras estas, en regimenes democráticos, la herramienta principal de la lucha obrera (la primera de las grandes luchas, a las que luego se unirían otras como la feminista o contra la segregación racial) fue la manifestación. Y sus éxitos se sucedieron de tal manera que, a estas alturas, parece el modelo perfecto de lucha en todos los campos, y casi se ha vuelto no sólo el hegemónico sino el unico. Sin embargo, una conversación esta tarde con Marta Lizcano y Miguel Ángel Cea me ha dado ganas de escribir acerca de este tema porque… ¿sigue siendo un método de lucha válido en el siglo XXI?
La historia de las relaciones internacionales es una historia que empieza antiguo, tan temprano como los primeros imperios porque, tan pronto hubo un “nosotros” nació un “ellos” y, al hacerlo, la necesidad de dialogar con esa otra parte. Al principio, los gobiernos hacían poco en relaciones internacionales, normalmente se limitaban a declarar guerras, favorecer el comercio que pudiese surgir, o enviar emisarios ocasionales. La Hélade, la alianza de las ciudades-estado de la Grecia antigua, fue la primera gran alianza y, con ella, nacieron muchas otras formas diplomáticas como podían ser los juegos olímpicos.
Hace unos días expuse cómo la
Esta pregunta parece una tontería, cualquiera podría responder rápidamente: “¡La acción del pueblo!” Pero quizás otra diría “¡lo que hacen los políticos!” y el tercero tal vez optase por un “esa cosa aburrida de los telediarios antes de los deportes”. Entender qué es la política es algo mucho más complejo de lo que aparenta, y voy a iniciar la explicación por la traducción de tres términos del inglés tal como la explica el Profesor Subirats en el primer vídeo del comienzo del curso online sobre políticas públicas y democracia. Vamos a verlo, porque en castellano el término política es demasiado amplio y ambiguo: