La Comisión Europea ha iniciado este 60 aniversario del Tratado de Roma declarando parcialmente la guerra a la función callada y subalterna a la que la Alta Autoridad (el antiguo nombre de la Comisión) había quedado relegada en este comienzo de siglo XXI. Y para hacerlo, ha hecho varios movimientos para romper una de las desigualdades fundamentales de la Unión: el hecho de que los beneficios de la misma los Estados se los atribuyen a si mismos, mientras le echan las culpas por las cosas malas. El primer movimiento fue obligar a que los Estados se pronuncien en las comisiones incómodas y el segundo es la publicación del Libro Blanco Sobre el Futuro de Europa, el primero de varios informes que irán saliendo a lo largo del año.
A diferencia de lo que muchos esperaban (para cantar los aleluyas o para maldecir su nombre), en lugar de iniciar el proceso directamente legislativo (al fin y al cabo es su poder como Comisión), lo que ha hecho es crear un debate profundo sobre el futuro de la Unión. Para ello, el informe no da nuevas normas ni elementos concretos, sino que esboza los cinco escenarios que podría implicar el futuro de la UE. No me quiero detener mucho en ellos, así que resumidamente serían:











El Bien Común, esa idea preciosa que supone que existen acciones que benefician a todos los habitantes de una sociedad o colectivo y que, por tanto, son deseables para todos ellos. Acciones que avanzan las agendas de las personas independientemente de sus ideologías, opiniones, posiciones sociales, género, cultura… porque son universalmente buenas. Es uno de los relatos más bonitos que existen en política, y sin embargo es una quimera inventada en el siglo XVIII para convencer y ganar apoyo. Sorprendentemente, en pleno siglo XXI, alguien la usó hoy para intentar convencerme de apoyar una iniciativa en la que no creo.
La palabra “normal” es una palabra muy poderosa, integrada profundamente en el interior de nuestras mentes desde pequeños, cuando se nos enseña que es bueno ser normal (de hecho, “anormal” es un insulto frecuente). Sin embargo, la normalidad no ha sido siempre igual a lo largo de la historia, ni es algo objetivo y observable. Cambia, evoluciona y se modifica, ¿cómo lo hace?
La historia de las relaciones internacionales es una historia que empieza antiguo, tan temprano como los primeros imperios porque, tan pronto hubo un “nosotros” nació un “ellos” y, al hacerlo, la necesidad de dialogar con esa otra parte. Al principio, los gobiernos hacían poco en relaciones internacionales, normalmente se limitaban a declarar guerras, favorecer el comercio que pudiese surgir, o enviar emisarios ocasionales. La Hélade, la alianza de las ciudades-estado de la Grecia antigua, fue la primera gran alianza y, con ella, nacieron muchas otras formas diplomáticas como podían ser los juegos olímpicos.
Maquiavelo dice en